Tocar frente a una audiencia es un deporte extremo. Es correr con el riesgo de "ponerse uno allí afuera", asumir el peligro de la máxima vulnerabilidad posible y justo ante una muchedumbre.
Podríamos no arriesgarnos. Irnos por lo seguro. Ser fríos, metódicos, matemáticos. Tocar como acróbatas amaestrados. Y dejando bien oculto al animal que vive dentro de nosotros, encerrado, encadenado en la jaula más remota que tengamos, para que no moleste, no ladre, no gruña, no salga rasguñando y asustando a todo el público.
No es fácil. Da miedo. Y en medio de que tenemos que estar corporalmente lo más relajados posible no podemos tener el alma relajada. Debe estar al acecho salvaje de los dedos, lista para atacar. Pero requiere un esfuerzo emocional sacarla de ese punto muerto donde solemos ponerla a vivir para que no se note, para "ser normales", para "comportarnos". Y si por otra parte la forzamos (de esto habla Stanislavsky cuando se refiere a los "encondrijos secretos del alma", que sólo pueden ser abiertos de forma indirecta pues de lo contrario se cierran) será peor: se esconderá de nosotros y para colmo nos pondremos físicamente tensos.
¿Qué hacer entonces? Prepararle el escenario, el momento del concierto como si fuera su casa, para que viva cómodo ahí nuestro animal. Convencerle de que estará como de vacaciones, se divertirá, podrá salir y saltar y sonreírle con sus dientotes a la audiencia. Preparar su llegada como preparamos las fiestas navideñas, los cumpleaños, las vacaciones, las salidas: con gusto. ¿Cómo? Tocando sin vestigio de duda, sin jamás abandonar el convencimiento de que lo que estudiamos, leímos, pensamos, interpretamos está BIEN, está LISTO y ES SUFICIENTE. Defender lo que hemos creado, poniéndonos de nuestro lado y no convertirnos (como solemos hacer) en nuestros peores enemigos, en nuestros más grandes críticos, en nuestros propios más sangrientos adversarios. Convenzámonos de que todas esas fuerzas sobre las que no tenemos control estarán de nuestro lado. Pero traigámoslas a este lado nuestro estando nosotros allí primero, como un buen anfitrión. Y siempre, siempre, entre el buscar seguridad, tocar limpio, no molestar y el arriesgarnos, escojamos SIEMPRE el riesgo,ese peligro sabroso de estar presentes y estar tan vulnerables. Todo el mundo nos está viendo pero ¿qué importa? No somos neurocirujanos ni cardiólogos, nadie morirá si cometemos un error, si tocamos una nota falsa. Se magullará un poco nuestro ego, pero allá él, igual se comporta siempre como los chismosos: hagas lo que hagas siempre hablará mal y se quejará. Como dice la Dra Clarissa Pinkola Estés, siempre llevará cuentas. Haz oídos sordos a sus quejidos inútiles y ESTÁ PRESENTE, siempre. Arriésgate, siempre.