viernes, 13 de julio de 2012

Miedo escénico: unas pocas reflexiones (II)



Para tocar en público definitivamente hace falta coraje. De hecho, esa palabra ha surgido de varias lecturas inconexas que he hecho últimamente como consejo. En un excelente artículo de Adriana Villanueva, escritora y articulista (@pikivil) que encontré en el twitter gracias a la cuenta @esnobgourmet, "Cómo espantar a un escritor"1hay excelentes ideas que los músicos también podemos usar. Ella escribe sobre un libro de Norman Mailer, "Spooky Art: thoughts on writing" y las frases que compartiré son traducidas por ella.

Comienza preguntándose: ¿coraje ante qué? Porque no es tan sencillo como temer las críticas negativas: es enfrentar los propios demonios. Una de sus ideas que traduciré a lenguaje musical es la de que uno puede usar sus debilidades a su favor. Se puede usar asimismo el miedo a favor. He pensado mucho en esto. Vamos a tocar y tenemos miedo. Generalmente, luchamos contra esa emoción. Pero ¿qué me dice el miedo? Creo que habla de lo mucho que amamos lo que hacemos y lo mucho que nos interesa. Ese es un buen rasgo. Habla también de que la música toca una parte oscura y oculta de nosotros mismos a la que normalmente no tenemos acceso. Cuando vamos a tocar, nos transformamos en otra cosa, una que no vemos, que no conocemos nunca del todo. Dentro nuestro, antes de tocar, una cuerda se va tensando.

¿Qué hacer con el miedo? Siempre pensamos: ojalá no estuviera tan asustada, sería perfecto estar tranquila, tocar como en la sala de mi casa. Pero no es así. Se agota uno en esa lucha por desembarazarse del miedo. ¿Qué tal esto? Aceptar el miedo. Decirse: estoy asustada, y así mismo voy a tocar. Y, en los ensayos previos, ensayar hacerlo, aceptando el miedo, abrazándolo. No puede uno ir dentro de sí mismo contracorriente.

Lo físico ayuda. El tener la obra aprendida mecánicamente hasta la inconsciencia (sabes que te sabes algo de esa manera cuando puedes no verte las manos y dejarte llevar por los dedos) te da algo a lo que abandonarte en medio del miedo. Confías en las manos y te dejas llevar, en lugar de entregarte a tu mente, obnubilada por la adrenalina, por lo cual puede hacerte tropezar y caer en lo que más tememos, sobre todo los que tocamos de memoria: el blanco. Sentarse a estudiar debe ser el ejercicio de abandonarse a las manos. El dedo siempre sabe el mejor camino a la tecla. Hay que confiar en la propia mano y dejarse llevar por ella, según mi profesora Galina Borísovna Neporózhnya. Como dice el pianista francés Jean-Ives Thibaudet, practicar tiene como fin reducir los riesgos a la hora de tocar. Nunca se sabe qué va a suceder allá fuera, en la escena.

La constancia en el estudio, la práctica diaria, es imprescindible. Es lo que hará que, cuando te sientes frente al piano (en mi caso) puedas decirte: esto es lo que hago cada día y simplemente lo haré una vez más. Y cuando lo hagas sentirás el alivio tremendo de quien nada en aguas conocidas, y podrás elevarte a soñar enfrente de todos. Pero a veces nos asalta la flojera. ¿Qué hacer? En el artículo arriba mencionado Norman Mailer aconseja enviar una orden al subconsciente, la de que lo que hacemos es un trabajo serio, un compromiso al que no debemos faltar, pues si empezamos a encontrar excusas para no practicar, caeremos en el desánimo.

Hacer ejercicio físico es una buena manera de mantener calmados a los demonios en su establo los días previos, pues si no se salen y molestan agotándolo a uno, no dejándolo a uno dormir ni respirar en paz. No se trata de neutralizarlos, pues los necesitaremos. Si no, nuestro concierto carecerá de duende, ese, el de Lorca en "Juego y Teoría del Duende"2, el que tenía Paganini según él y Goethe y coincidían en que era "un poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica". No podemos privarnos de ese poder, y a veces tenemos que atravesar el valle del miedo para poder acceder a él.

Volveré a repetir, como en otras entradas, que nuestro peor enemigo es el perfeccionismo. Esta vez dejaré a Norman Mailer decirles que, por más grande que sea un talento o por buena que sea una interpretación, siempre puede ser mejor, así que nunca se alcanza la perfección. Por eso hay que tener coraje ante la idea de no ser suficientemente buenos, de fracasar "en esta espinosa profesión."

Del blog de @esclvsa, quien traduce el discurso que pronunció el escritor William Faulkner al recibir el premio Nobel3, copio dos párrafos íntegros que creo valen oro para nosotros los músicos y en general para todos los artistas, no sólo los escritores:

"Hoy nuestra tragedia es un universal miedo físico sufrido tanto tiempo que podemos incluso soportarlo. Ya no hay más problemas del espíritu. Solo queda la pregunta: ¿Cuándo estallaré? A causa de esto, los jóvenes hombres y mujeres que escriben hoy han olvidado los problemas del corazón humano en conflicto consigo mismo, los únicos que pueden crear buena literatura, porque solo de ellos vale la pena escribir, solo ellos valen la agonía y la fatiga.



Ese escritor debe aprenderlos de nuevo. Debe enseñarse a sí mismo que el cimiento de todas las cosas es tener miedo; y, al enseñarse eso, olvidarlo para siempre, sin dejar sitio en su taller para nada que no sea las viejas verdades y realidades del corazón, las verdades universales sin las cuales toda historia es efímera y está condenada a la ruina –amor y honor, piedad y orgullo, compasión y sacrificio. Hasta que lo haga, está maldito. No escribe sobre el amor, sino sobre la lujuria, escribe sobre derrotas en las que nadie pierde nada valioso, sobre victorias sin esperanza y, lo peor de todo, sin piedad, ni compasión. Sus sufrimientos no son universales, no dejan cicatrices. No escribe del corazón sino de las glándulas."

El miedo es un caballo, y hay que montarlo. Paradójicamente, el aceptar que las emociones son como perros furiosos que no se pueden controlar es el principio del dominio sobre uno mismo. El miedo nos hace descender a las oscuras aguas de lo inconsciente. La mejor forma de navegar por ellas es seguir la propia intuición salvaje. Nuestro miedo es el atisbo de la profundidad de nuestro corazón.


Culmino con unas frases de la Dra Clarissa Pinkola Estés, dignas de ser enmarcadas y colgadas en nuestra pared:

"La fuerza no es sólo para el fuerte.
La dureza no es sólo para el duro.
Hay Uno más grande que nosotros con nosotros y dentro nuestro bajo cualquier Nombre.
Yo lo llamo El Fénix.
En Nombre Suyo: Coraje."4




................................................................................................................................