sábado, 18 de agosto de 2012

El autor equivocado


Un fenómeno muy extraño y que me causa gran curiosidad, por lo frecuente y absurdo, es el de la literatura falsamente atribuida a escritores reconocidos. Quizás aún más sorprendente resulta la reacción apasionada y hasta violenta que tiene la mayoría de los adeptos de este, llamémoslo así, "género apócrifo" cuando se intenta aclarar el malentendido. ¿Por qué lo falso tiene una defensa tan férrea? 

García Márquez, Shakespeare, Vargas Llosa, Borges, Neruda son sólo algunas de las "víctimas" de personas que quizás sólo quieren que sus escritos sean leídos a gran escala a costa de, digamos, la cesión de sus derechos intelectuales sobre los mismos.

La horda defensora (los que difunden dichos textos sin verificación ninguna) puede realmente enceguecerse. Tal fue el caso, por demás pintoresco, de un homenaje que se le hiciera a Jorge Luis Borges durante el cual se les ocurrió a los desdichados organizadores leer justo el poema "Instantes", atribuido falsamente al escritor y de amplia circulación por la red. Lo más aterrorizante fue el que, siendo la mismísima María Kodama quien aclarara inmediatamente que el poema no pertenecía a Borges (su marido, nada menos), haya recibido posteriormente ataques de parte de fanáticos del texto en cuestión.

Hace poco me tropecé con esta joya apócrifa de Neruda: "No culpes a nadie, no te quejes de nada ni de nadie, porque fundamentalmente, tú has hecho tu vida...". Hay también circulando por la red un supuesto homenaje de Vargas Llosa a las mujeres y una frase de Shakespeare sospechosa del mismo mal.

¿Cómo podemos saber que esos textos no pertenecen a esos autores? El texto se valida a sí mismo. El estilo propio del escritor es un indicador interno. Si no suena a Borges, no es Borges. Cada autor tiene su voz propia, su esfera limitada de temas. Es sospechoso que alguno de los grandes escriba algo que parece ser sacado de un libro de autoyuda, siendo más propensos a la ironía y al humor que al, llamémosle así, "análisis vivencial blandengue". 

Quizás a los que no quieren aceptar la falsa autoría de estos textos les parezca injusto, una especie de crítica, el desenmascaramiento de la farsa, pues les sean estos textos particularmente caros, como si quitarles el autor famoso los despojara de algo. Dicen, en  su defensa: ¡pero es hermoso! Pero ese no es el punto, la acusación no es de fealdad, es de atribución falsa. ¿Que no importa? Importa, porque la literatura importa. ¿En verdad no quieres saberlo todo acerca de lo que lees, en verdad no te preocupa ser víctima de una estafa intelectual? 

A uno puede gustarle cualquier cosa, es un derecho inalienable, y puede uno mismo escribir lo que se le venga en gana, y además difundirlo como propio, en un blog o en el twitter. ¿Para qué querría uno demostrar que se conoce un autor, por más famoso que sea, cuando no es así? Cada quien tiene derecho a leer lo que quiera y a omitir literatura (aunque sea una lástima y un desperdicio, pero es problema personal, privado, de cada quien). Pero si nos incomoda difundir información y luego enterarnos de que es falsa, si se le exige tanto en ese sentido a los medios de comunicación ¿por qué no mantener la misma actitud hacia la literatura? La literatura es, pongámoslo así, el noticiero del alma. Quizás la tratamos más como a la prensa amarilla de celebridades: la consumimos sin importarnos el que todo sea infundado. Lo cual es una aberración, un abuso contra la privacidad de esas personas y por demás de extremado mal gusto.

Pero, como escribe Vargas Llosa en su ensayo "La civilización del espectáculo", en ésta el bufón es el Rey. En resumidas cuentas: no interesa el contenido de lo que se difunde, y tampoco interesa quién lo escribe. ¿En verdad no les parece trágico -así la literatura no sea en sus vidas, como en la de otros, entre los que me cuento, algo esencial, necesario para la existencia- ese tráfico de falsedades? Lo es, tanto como lo es la mentira, el engaño, que aún (creo) se consideran como atrocidades.

Lo contradictorio, en el caso de la gente que no está interesada en la literatura sino en ese picoteo que es leer en la red (Vargas Llosa, misma obra) es el que, para conferirle valor y relevancia a lo que leen y les gusta sí hacen uso del reconocimiento público, bien merecido, que tienen estos grandes autores. No les importa si lo son en efecto, sino pero sí la autoridad que viene con el nombre que se han ganado escribiendo, ganando premios, el mismísimo Nobel. Porque la fama se ha convertido en valor, en uno bien superficial si recordamos esas celebridades salidas de los reality shows...

El amor y el respeto por la literatura es mucho más que un esnobismo trasnochado y elitista. No lo digo yo, lo dice Lorca en su discurso "Medio pan y un libro" cuando recuerda a Dostoyevsky, preso en Siberia, pasando hambre, frío y penurias, rogándole a su familia por carta que le enviaran "¡libros, muchos libros, para que mi alma no muera!". Porque, escribe Lorca, "la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida."

La exactitud de la fuente de lo que difundimos en la red y su contenido debe importarnos. Es evidente que no se trata sólo de la literatura: es parte de toda una actitud que hemos dejado que se vaya filtrando en nuestros huesos, de una terrible desidia que esconde una pasividad necesaria para los grandes medios de comunicación con el objetivo consciente  de convertirnos en meros consumidores sin crítica ni iniciativa, para poder hacernos tragar cualquier basura que nos quieran vender. Como también escribe Vargas Llosa en su ensayo anteriormente mencionado, para convertirnos en meros espectadores, al punto de volvernos marionetas de gobiernos y trasnacionales, pues esa actitud pasiva resulta en la sensación de que no puede cambiarse lo que se presencia. Y sí se puede.

Por eso este asunto es importante y digno de reflexión. Debería importarnos, así no seamos amantes de la literatura, si no estamos "metiendo gato por liebre" cuando difundimos un texto. Y deberíamos tener suficiente carácter como para asumir con conocimiento de causa qué clase de texto nos gusta y difundimos y si pertenece a un gran escritor o al vecino. Porque, si engancha tu alma ¿qué importa que no lo haya escrito Ovidio mismo?

jueves, 16 de agosto de 2012

La pérdida de la inocencia


La única inocencia que quiero recuperar es la de escuchar música sin analizar, sin pensar: dejarla que me lleve de la mano a donde quiera, como a una pequeña niña ciega.

¿Qué oímos cuando escuchamos música? He ahí el dilema. Es evidente que arrastramos con nosotros nuestro bagaje cultural y éste influye en nuestra percepción. El asunto es ¿cuánto de ello es un estorbo para conectarnos, realmente conectarnos, con lo que escuchamos?¿Cuánto de ello no son oídos ajenos, esnobismo, prejuicios? ¿Cuánto de ello en lugar de acercarnos a la música nos separa de ella?

Es evidente que no oímos música en un vacío cultural, no se trata de eso y además es imposible. Pero creo que la experiencia musical gana cuando es más entrañable, cuando la conexión se establece de corazón a corazón. No creo que una cultura vasta estorbe, bien al contrario. Cultura implica amplitud de criterios, flexibilidad. La ignorancia siempre está obsesionada con el alfabetismo, y se le podría definir más como estrechez mental que como falta de información. El carecer de información se subsana en un segundo, ese breve instante en que algo no existía en la esfera emocional y, de pronto, luego de escuchar algo, he ahí el chispazo: se posee.

Quizás el meollo del asunto es más bien qué hace uno con la reacción del organismo entero al escuchar, cuántas fronteras, cuántas aduanas se ponen al pasar la música del oído al alma. No hablo exclusivamente de música académica. Puede que alguien se diga: ¿cómo puede a mí gustarme esto? si considera de alguna manera vergonzoso el sentirse atraído por alguna música que no correspondería a su esfera habitual de audición.

Ya en una entrada anterior, "Apología de las lágrimas" (http://pianoyforte.blogspot.com/2011/01/apologia-de-las-lagrimas.html), defendía yo la reacción 
personal ante el fenómeno artístico. Ahora me concentro más en cuánto se permite uno sentir lo que siente, en la inocencia necesaria para dejarse afectar profundamente, cuánto se defiende uno del "Consejo de los Simios" (Clarissa Pinkola Estés) personal. El perfeccionismo también ataca al oyente, quitándole su libertad de sentir lo que siente por lo que sea.

No siempre se queda uno con la primera impresión de algo que oye. Pero una primera reacción violenta y de desagrado te está dando una información importante. Es una reacción demasiado notoria para ser ignorada. Quizás la indiferencia sea una razón más válida para no volver a oír algo que la violencia. Cuando algo me produce una reacción evidente de disgusto, siempre espero un poco (días, meses, años) y vuelvo a escuchar (o a leer, o a mirar).

No se trata entonces de que la reacción sea necesariamente placentera, sino de que haya una reacción. Tampoco se trata de prohibirse luego razonar, preguntarse, averiguar todo lo posible sobre lo visto, oído o leído. Se trata de ese momento casi sagrado del encuentro con la obra, la inmediatez de la reacción. La sinceridad con que dejas que la sangre te fluya adonde el calor la lleve antes de regresar al corazón.

Hay que entregarse a la música como a un amante. Hay que dejar fuera del fuero interno al crítico mal entendido (ese, el del arte del debería-haber-sido) y escuchar, realmente escuchar, que, como existir, realmente existir, requiere de una profunda, incondicional y absoluta aceptación.

Es un derecho humano, la libertad de reacción, algo casi biológico. ¿Por qué a veces no la usamos?¿Por qué le tememos?¿Por qué nos privamos justamente de aquello que tiene de más preciado la obra de arte, que es, la capacidad de llevarnos adonde nunca hemos estado y adonde de otra manera no podríamos ir?¿Qué es la inocencia al escuchar/mirar/leer sino un dejarse llevar, una confianza de niño, un vibrar de una cuerda interna, tañida por algo ajeno y lejano que se convierte en lo más cercano y entrañable que pueda llegar a tocarnos?