jueves, 6 de noviembre de 2014

Amor o tarea

Quizás ese sea el secreto: que uno ama una música y se mata por tocarla. No es que sea “una tarea”. No se trata de tareas, sino de amor. 

Se sufre cuando se impone el instrumento como una tarea. Pero no cuando es “el trabajo” porque como trabajo se lo ama. Y tampoco cuando se enamora uno de alguna obra. Amo a Mozart porque quien no ama a Mozart no quiere a su mamá. 

Defino "tarea" para los efectos de esta divagación. Es relacionarse en la intimidad con el propio instrumento con matrices impuestas desde afuera, por más benévolo y bienintencionado que éste "afuera" sea. Cualquier proceso de aprendizaje es la asimilación de lo aprendido. Asimilar es convertir algo en parte de uno mismo, reinterpretarlo. No es un parche. Cuando estudié Química (en otra vida) nos decían que uno de los objetivos de nuestro entrenamiento era "hacernos pensar como un químico". Detengámonos en esta afirmación. Cuando entramos en el Instituto éramos "bachilleres" (el cual era un estado que bien te hacían sentir era preferible abandonar) y debíamos salir químicos de pensamiento y acción. En Corintios  1 13:11 escribió San Pablo: "Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé las cosas de niño." Todo aprendizaje implica convertirse en otra persona. Como un reptil, botamos esa piel anterior de cuando-no-sabíamos y somos toda una nueva serpiente.

Hay quienes enseñan algo muy malo: que para que te tomen en cuenta debes tocar algo muy raro porque no tienes otro chance. Que si tocas algo amado de todos la gente no te querrá porque siempre habrá alguien que lo tocará mejor. Y es verdad. Siempre habrá alguien que odie como lo vas a tocar. Pero también habrá alguien que te preferirá a ti, y en todo caso, quizás sea más importante estar disponible para ciertos públicos que de otra manera jamás podrían oírlo. Y así otros muchos escenarios en que puedes ser tú mismo sin competir con nadie, pero aún más importante tampoco competir contigo mismo. Todos hablan de esa competencia con uno mismo como algo positivo, cuando en realidad es una abominación. Uno está para ser su mejor amigo. Uno contra el mundo.

Pero la motivación ¿entiendes? La motivación. No es “tocar bien”, no es “gustar”: es que te enamoras de una música en el presente y vas y la tocas. O que debes tocar algo para ganarte la vida y lo lees y te enamoras. Pero esa vitrina de “ser buen pianista”… no si eres demasiado roquero como para querer que alguien vea tus pequeños defectos (yo lo llamo idiosincrasia) y los "limpie". No quiero ser “reparada”. Esta soy yo, y yo no quiero eso de tocar como vitrina, porque esa sonata, esa mujer, esa pianista, ya no soy yo. 

Y de ahí que el presente es el otro asunto importante. Dejar de amar es un derecho humano, porque la eternidad no existe. Ya no te gusta lo que tocabas antes, amas otras obras ¿y qué pasa? También hay obras a las que amarás tan eternamente como te dejen las canas y las arrugas. Como a Bach. 

La palabra "reto" es sospechosa: suena a dificultad autoimpuesta.¿Para qué? La vida, la música trae muchas a la puerta. Hay que ocuparse en enfrentar esas, cada día. Ejercitar el músculo de vivir.

Del amor ¿qué puede decirse?¿No vemos todas esas catedrales, todas esas pinturas, todas esas cantatas, todas esas páginas emborronadas? Nuestro trabajo es amor vivo y coleante, en una sala de conciertos o en una iglesia o en un salón de fiestas o en un restaurante. ¿Queda del amor alguna duda cuando sobre un aria Bach escribe 30 variaciones, cuando sobre un tema escribe 14 fugas y 4 cánones?

Así que ese es el asunto: amor y no tarea. Amor que implica tarea, porque claro que hay que estudiar. Como contestó Lang Lang en una entrevista a la pregunta ¿es verdad que estudia muchas horas?: "-Es que cuando me siento a tocar ¡no puedo parar!". Que sea pues como la ruta de Kavafis a Ítaca:

"Ni a los lestrigones ni a los cíclopes 
ni al salvaje Poseidón encontrarás, 
si no los llevas dentro de tu alma, 
si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo. 
Que muchas sean las mañanas de verano 
en que llegues -¡con qué placer y alegría!- 
a puertos nunca vistos antes."

Y atémonos, como Ulises, para no dejarnos llevar por las sirenas.


Reflexiones sobre el miedo

A veces caminamos entre una precaria calma y el desastre. El miedo nos toma del cuello y las entrañas con su garra y no nos deja respirar. Somos sus rehenes por días, horas, por minutos, que son los más largos de todos, con sus segundos que laten en las sienes.

En la superficie, paz, y en las profundidades, siempre una tormenta. Nunca me expliqué ese fenómeno. Allá adentro siempre está sucediendo algo, grande, profundo, doloroso, incluso en días en que amanece y todo parece estar normal. Si lo ignoras, bulle como un volcán obstinado y el humo termina saliéndote por las orejas, por la boca.

Es extraño cómo de repente te das cuenta de que algún gran esfuerzo que estás haciendo no vale la pena. Esos grandes sacrificios estériles que extrañamente no resultan en nada, no florecen, no valen la pena. Hay algo allí de calle ciega. 

Y por eso el miedo. Porque te fuerzas a una hazaña, te pones la armadura. Siempre tienes que poder. Pero no siempre tienes que poder. Puedes sucumbir. Es más trabajoso luchar con todos los vericuetos de la negación que simplemente aceptar que tienes miedo. Y si es paralizante, a lo mejor hay alguna buena razón para ser paralizado. A fin de cuentas, para eso trajimos ese mecanismo de defensa incorporado en los huesos. 

Puede ser que el miedo sea de mostrarnos a los otros. Pero ¿quién dice que ese desnudarse tiene que ser una ocasión feliz? Puede que obligarse a salir allí afuera sea violento de alguna manera. Puede que el gusano necesite estar envuelto en la seda un poco más. Puede que haya velos que no deban caer.

Creo que todo trata acerca de los ojos. Esos ojos nos privan de la alegría de la hazaña. ¿Qué ojos serán esos? Creo que esos ojos son la dependencia de la opinión ajena. Por eso nos enfurecemos cuando nos critican, nos desesperamos

Y ahora recuerdo esa sensación horrible de haber perdido el control de cuando empiezas a tensarte en público. Pierdes el control por miedo. Así que de eso trata todo esto, y esa sensación horrible. Es miedo puro y duro.

A lo hermoso también puede temérsele, a la llegada de la luz, al despeje de todas las incógnitas, que nos cobijan dulcemente en la oscuridad. 

¿Qué hacer?¿Retroceder?¿Enfrentarlo? A veces pienso que no es tan sano pasársela uno poniéndose en una situación así, y es mejor renunciar. A veces no renuncias y eso te trae cosas buenas. Pero no sirve de nada: viene la siguiente vez, y pasa lo mismo. Y no te puedes controlar: estás aterrado.

Y ahora pienso que el miedo es directamente proporcional a las heridas. 

Al miedo hay que mirarlo a los ojos. A veces cuando se tiene miedo no hay otra cosa qué hacer sino tener miedo.


sábado, 1 de noviembre de 2014

Sobre la paz

La paz no es la ausencia de conflicto. Tal paz en el arte es para el público y los diletantes, quienes lo consumen. Quien se dedique a ello buscando sólo el placer tomó un camino equivocado. Por supuesto hay momentos felices, durante la inspiración, y al completar cada proceso, el cual más que a una lisa autopista sin baches se parece a las antiguas representaciones de los Jardines Colgantes de Babilonia, que muestran a la maravilla del mundo como un híbrido entre edificio y montaña. Una terraza, y entre ésa y la siguiente, una pared escarpada que hay que escalar, a veces con las uñas. 

Un "hobby" proporciona sólo tranquilidad. La creación sigue muchos caminos y uno de ellos es el desgarro. La simplicidad de algunos que creen que éste desgarro es una debilidad y se guían por el principio del placer jamás alcanzarán esa orilla privilegiada. Tales cómodos observadores tiran piedras a quienes nos metemos en la candela, aquellos que todos los días luchamos en las trincheras pantanosas del arte. Viven embelesados por su propio reflejo en el agua, como Narciso, ciegos como peces alucinados  y ensordecidos por cantos de sirenas. 

El conflicto es el magma, el origen del big bang. Sin esa entropía no hay ignición. "En el principio era el Caos" y así en cada pequeña creación. Sin conflictividad no hay dialéctica, pues su principio es la colisión. Sin choque entre partículas no hay reacción química. Sin conflicto no hay vida. La paz es el resultado de la pérdida, lucha y ganancia del equilibrio. La paz forzada es amordazamiento. La única paz estática es la de los sepulcros.

Dentro de la basura está la luz, en el desorden se esconde la acción, en la desesperación nos reinventamos, en la infelicidad hay magia, en el vacío laten nuevos universos.

La verdadera paz no es la ausencia de escollos, sino el mantener el rumbo atravesando todas las tormentas, manteniendo los ojos en las estrellas y sabiendo que el hacerlo le da sentido a toda nuestra existencia. Paz es saber que esa navegación iluminada es nuestro lugar en el mundo.