martes, 30 de agosto de 2011

Lo comercial

Definitivamente los artistas y quienes determinan cuáles de ellos "triunfan" son dos bandos a veces separados, si no opuestos. En el ámbito de la música académica los grandes jueces son las salas importantes, los sellos discográficos y los concursos. Y, por supuesto, los críticos. Tengo la impresión de que, paralelamente a la explosión del "star-system" en Hollywood y en la música pop, ha habido en la música académica (puede que en el arte en general pero sólo hablo de lo que conozco) una tendencia parecida, la cual, en mi opinión muy personal, ha derivado en una crisis artística, a pesar de que el nivel "técnico" se supone cada vez mejor.

Yo no soy una de esas personas que creen en "el arte por el arte": por supuesto que debe haber un proceso de contratación y debe estar relacionado con la calidad del trabajo del artista. Lo que hallo perturbador es el que se haya llegado a un extremo en el que los jóvenes intérpretes sólo buscan ganar concursos, "triunfar" y miden su desarrollo personal de acuerdo a estos sucesos, los cuales en muchos casos, dependen de tener ciertos contactos o del azar. No necesariamente todo el que es famoso es un genio y no todo genio es conocido públicamente.

En el ámbito, muy personal, de la preparación y búsqueda personal de una voz artística propia es fácil perderse si lo que se tiene en cuenta es el "éxito". Yo creo que esta búsqueda debe ser íntima y sincera, debe estar relacionada con la historia de la cultura y la interpretación y con la persona en sí, entendida ésta última como quien en realidad somos y siendo esto que somos algo único e irrepetible en todos los casos, y, al mismo tiempo, el reflejo externo de ello, la máscara. No debe quedarse anclada la persona en dicha historia o depender demasiado de ella, pero tampoco puede liberarse de tales referentes sin pasar por el profundo conocimiento de la misma. De lo contrario no podría tener originalidad, pues quiéralo o no (y peor aún, no sabiéndolo) el artista en ciernes estará inevitablemente repitiendo algo ya creado y conocido.

Esto sucede del lado del artista. ¿Qué pasa del otro lado? Si existe este conflicto en el "taller" por así llamarlo, en la audiencia sucede algo correspondiente. ¿Quién guía a los espectadores en su viaje hacia el encuentro con el arte, si lo hace alguien? ¿Cómo determinar la calidad de lo que vemos/oímos/leemos?

Ya en una entrada anterior, en mi "Apología de las lágrimas", defendí el derecho que se tiene de enfrentarse a la obra de arte de forma espontánea. En esta se trata de revolver un poco en el asunto del criterio personal, ya que lo que percibimos siempre pasará por un filtro, consciente o inconsciente, que no sólo almacena todas nuestras experiencias estéticas, sino determina lo que nos gustará cada vez. Se trata de lo que sucede luego de experimentar el performance.

Tiene la audiencia, como he escrito en otras ocasiones, una manera de saber cuándo lo que se le brinda es verdadero o falso. Pero parece que, mientras de más información dispone, esta magnífica intuición pierde su pureza e ingenuidad iniciales. Dado que ahora existe la red, pareciera que hay más a su alcance, pues antes se tenían sólo las caras posteriores de los LP's y luego los libritos que se incluyen con los CD's, aparte de las revistas especializadas. Pero no hay que olvidar que una cosa es el cúmulo de información y otra es el saber algo. La diferencia entre una cosa y otra es sencilla de definir: el saber implica procesar de alguna manera, así sea muy elemental, la información que se tiene, obteniendo además la capacidad de producir ideas personales al respecto. La capacidad de llevar a cabo este proceso se convierte en una cualidad personal: el criterio.

Con respecto a lo verdadero artístico, que es tema pendiente digno de reflexión aparte, en un nivel bastante elemental el público con su magnífica intuición lo diferencia de lo falso usando una denominación bastante reveladora: comercial.

Comercial es lo anodino elevado a una potencia inexistente para poder venderlo. Me dan escalofríos por todo el cuerpo cuando alguien se refiere al arte o a un artista como “un producto”. Claro que a veces “el producto” resulta ser algo de elevado nivel artístico, no se trata de que una cosa excluya a la otra, para nada. Pero no siempre es así. Y puede que esa sea una de las razones por las que el gusto del público no especializado se ha extraviado tanto: los “encargados” de insuflarles un poco de criterio se han convertido en viles propagandistas… No se trata de demonizar la comercialización, los artistas necesitamos comer, entre otras cosas. Pero debe haber algo más allá de lo vendible, algo que tiene que ver con la estética y con la realización personal del artista y del espectador, independientemente de que el "consumo" sea la forma de ambos encontrarse, de volver disponible el arte para el público y de hacer viable y práctica la vida de los artistas. Es curioso recordar por un momento que no siempre fue así, en aquella época en que los únicos que pagaban por el arte y podían disfrutarlo eran la Iglesia y los nobles..
Quizás uno de los problemas más grandes con respecto al criterio es el no aceptar lo que se tiene enfrente, comparando todo con los únicos referentes culturales que se tiene,  pues la crítica diletante típica se refiere a cómo debía haber sido esto o aquello. Pues no, no hay aquello o lo otro, hay esto que tienes enfrente, ¡ábrete a ello! Debe haber un paso más adelante de la comparación cruda y literal: hay que crearse un criterio, muy personal y hecho de lo que hemos visto, leído u oído. Un criterio es más que una opinión: es un sistema interno de catalogación de lo que percibimos. Debe tener elementos relacionados con el gusto muy personal y también un mínimo de información, la que esté disponible o simplemente a la que hayamos estado expuestos, no hablo de reglas precisas y rígidas al respecto. Un extremo curioso es la terrible sordera de algunos sectores del público altamente especializado a verdaderamente buenos nuevos intérpretes, lo que los lleva a anquilosarse en viejas interpretaciones ya generalmente aceptadas como de alta calidad estética. Es el fenómeno de los eternos adeptos a Maria Callas (siendo yo uno de ellos, pero sin fanatismos). En verdad hay gente muy buena cantando hoy en día por ahí, pero hay quienes no hacen más que compararlos a todos con ella sin ver los méritos de los nuevos artistas. Nuestro juicio sobre lo que vemos no puede ser: "canta mal porque no hace esto o aquello como la Callas". Hay que preguntarse: ¿qué es lo que me gusta e impresiona tanto de la Callas? Las respuestas serán cualidades que buscaremos encontrar en otros, como por ejemplo la seriedad con respecto al texto musical, el pathos (πάθος) o capacidad dramática, etc.
Luego está la actitud ante el performance o la obra de arte. Preferiblemente debe ser abierta, flexible y ubicada en el presente. La elaboración de lo visto y la comparación deberían ser posteriores, no simultáneas. En el momento del hecho artístico, entreguémenos a vivir  a través de lo que se nos presenta, de una forma muy pura e ingenua, sin expectativas o prejuicios. Dejémonos conmover, convencer. Claro que podemos hacer lo contrario, pero nos perderemos de una experiencia transformadora, la catarsis (κάθαρσις)  que es el fin último del performance artístico, si acaso se le puede atribuir alguno.