ya que están tan distantes los oídos(...)"
Sor Juana Inés de la Cruz
¿Cuál es nuestro proceso de seleccionar, leer y aprender una obra nueva?
Yo creo que hay mucho de salvaje en la decisión de aprendernos algo; hablo de esa parte de nuestro trabajo que no es en absoluto un "trabajo": cuando escogemos nosotros mismos el repertorio que vamos a tocar. Ese primer acercamiento, cómo nos enganchamos con una obra en particular y el proceso entero de volverla nuestra es toda una historia de amor, por lo menos para mí.
A veces nos sucede que oímos algo y nos decimos: guao, quiero tocar eso, qué gran obra, me debe quedar bien. Esa atracción inicial puede ser engañosa. El momento de la verdad es ese en que nos sentamos a leer por primera vez. Si esta primera impresión nos deja más bien indiferentes, probablemente no toquemos esa música, después de todo. El caso contrario es, ciertamente, amor "a primera vista", literalmente.
Claro que a veces uno toma decisiones basadas en otras variables, como el virtuosismo o la selección del programa por compositores o estilos. Evidentemente, a veces el repertorio por cuestiones de trabajo nos es impuesto. Pero incluso en esos casos puede saltar esa chispa que nos incendia por dentro y crea ese lazo especial entre nosotros y cierta música que tocamos.
El momento crucial de sostener por primera vez en las manos la partitura es el de escuchar la música con los ojos. Con sólo ver el dibujo en el papel ya el alma comienza a inquietarse, pues se revela ante nosotros la verdadera belleza secreta de la música. La creación sonora es sólo el último estadio de un proceso que deberíamos sentir y disfrutar paso a paso. Escuchar la música con los ojos tiene también un componente técnico: podemos finalmente ver la verdadera dificultad que tendrá para nosotros el aprendizaje de la obra.
Deberíamos atesorar ese momento único entre la música escrita y nosotros, y dejar a youtube y a los CD's fuera de él. Puede que hayamos oído la obra con anterioridad en alguna de esas formas, pero la autenticidad y la frescura de nuestra relación con ella debería depender sólo de nuestros conocimientos, nuestra técnica y todas nuestras herramientas estéticas y culturales.
Me llamó mucho la atención en un concurso televisivo de música popular, El Factor X, el valor que le daba el jurado a lo original de la versión que un concursante podía hacer de una canción conocida, siendo que muchas de estas personas no leen música y su única manera de aprenderse una canción nueva es escuchar la grabación. Aún así, cuando alguien no le daba su toque muy personal a la canción, el jurado se refería a la interpretación irónicamente como karaoke. Debe ser mucho más difícil estudiarse una obra de esa manera. Supongo que quien lo hace saca en limpio una especie de "partitura" en su mente y luego la reinterpreta. A veces esta reinterpretación era tan osada que el jurado se quejaba entonces de lo contrario: decían que la canción estaba irreconocible. Incluso, en el caso de los cantantes de rap, se variaba la letra también, lo que hacía realmente difícil reconocer la canción original bajo la versión.
Nosotros que podemos leer lo que nos dejaron nuestros grandes antecesores escrito con lujo de detalles tenemos una evidente ventaja que deberíamos aprovechar al máximo. Sé bien que, cuando se es estudiante, se pasa uno un período de tiempo largo y doloroso, mientras se adquieren todas las destrezas necesarias, sin poder entender qué quieren de uno cuando le dicen que debe oír el sonido a producir antes de uno moverse o siquiera respirar (pues incluso el color, la calidad del sonido se deben escuchar en la mente antes de tocar). Pues bien, hay que comenzar por hacer un ejercicio de observación de la página escrita hasta perder la compulsión por oírla sonar antes de tiempo. Al principio será un triunfo el apenas tener una idea de qué suena, cuál es la melodía, el ritmo, cómo está armonizada (si no se lo había oído antes, claro) con sólo mirarla. Después podremos deducir el tempo (la velocidad). Luego podremos escuchar la pronunciación, prestando muchísima atención a la articulación. Poco a poco nos volveremos capaces de decidir nuestros propios tempi. Al mismo tiempo, debemos, a la hora de empezar a leer en la práctica, escuchar el resultado de lo que hacemos, obsesivamente. Por lo general, cuando empezamos a estudiar, descuidamos algunas cosas debido a las deficiencias técnicas y salen acentos donde no deberían o leemos la articulación fuera del contexto de la dinámica, y cuando somos estudiantes la calidad del sonido inicial es pobre. Y de la dinámica en adelante ya empezamos a llegar a la frontera entre las notas y la verdadera música, pues una dinámica es una atmósfera, un estado de ánimo.
La única manera de empezar a cambiar todo lo que no nos gusta es tener una franqueza descarnada con uno mismo sobre lo que se está haciendo. Ese es un momento difícil y decisivo. Hay que ser sincero, sin ser pretencioso o por el contrario autoflagelante sobre la realidad de lo que está sonando. Para eso hay que afinar el oído, y para afinarlo hay que usarlo, no sólo para oír (y muchas veces criticar) a los demás, sino sobre todo a uno mismo. Para saber si se está en el buen camino, es interesante grabarse, así sea con un celular, y comparar el resultado con lo que uno creía en su mente que estaba sonando.
Paradójicamente, la única forma de expresar emociones de manera válida en la música es estar intelectualmente preparado. Hay que conocer el texto, estar en una posición técnica que nos permita abordar esa obra en particular y tener los referentes culturales y emocionales necesarios para llegar hasta la realidad paralela que es esa música en particular. Como decía Heinrich Neuhaus en "El arte de tocar el piano": antes de tocar cualquier música hay que poseerla, hay que respirarla, hay que tenerla en la esfera personal, en la vida de uno. Para decir algo primero hay que tener algo qué decir.
Y en ese maravilloso proceso de aprendizaje, del cual compartimos con el público apenas una fracción (la punta del iceberg) llega el momento tan deseado: ese momento limítrofe entre no sabernos y sabernos una obra. Se busca diariamente, se pasa uno muchas horas estudiando y casi sin darnos cuenta llega ese momento. Es un cambio en el estado de conciencia. En estos días recordé una cita de Marguerite Duras en el libreto de la película "Hiroshima, mon amour" que me parece da con la sensación exacta de ese momento, la diferencia entre no saber y saber : «La locura es como la comprensión, ¿sabes? No se la puede explicar. Exactamente como la comprensión. Se te viene encima, te llena y entonces se la entiende. Pero cuando le abandona a uno, ya no se la puede entender en absoluto».
Y así, de tanto oírnos y de oír a los grandes maestros (el oírlos a ellos nos da un referente de las capacidades y los límites de nuestros respectivos instrumentos, no se trata de imitarlos como autómatas sino de llegar a nuestras propias conclusiones sonoras teniendo el conocimiento previo de cómo se puede llegar a sonar ) llegaremos a producir, como decía Neuhaus, una imagen artística musical con sólo mirar el texto, en nuestros sucesivos encuentros con nueva música. A veces esa imagen llega después, en el proceso, pero hablamos del ideal. Como también decía el maestro, el saber cuál es el nivel más alto nos debería dar la medida, no deberíamos tomarla de la media. Llegará entonces el momento en que nunca estaremos satisfechos con lo que suena, pues lo que oímos en nuestra cabeza con sólo mirar la partitura siempre será mejor, quiero decir, siempre tenderemos a eso pero pocas veces lo alcanzaremos (es mi sincero deseo para todos que sean muchas). No se trata de vivir en un estado perpetuo de insatisfacción. Se trata de vivir la vida y el trabajo de nosotros los músicos: mirando siempre hacia a las estrellas y tratando de alcanzarlas.