miércoles, 19 de septiembre de 2012

El asesinato de la idea


El drama del pensamiento es que no puede salir de la abstracción sino a través de la palabra. Entre ambos se extiende un abismo que, al escribir, hay que cruzar. A veces se cae en él.

Y sin embargo la literalidad es un féretro. Dentro de ella no se puede vivir, sólo se puede estar muerto. La literalidad es el vano empeño de una palabra en parecerse a un pensamiento y también constituye el intento de asesinato de éste. ¿Cómo se planea el asesinato de una idea?

El momento de la plasmación del pensamiento mediante la escritura está sujeto al "enigma de la apariencia", el cual "consiste, no en lo que ésta oculta, sino en el hecho dramático -también expuesto por Buda y sus seguidores- de que todo aparecer es exactamente el momento de su desaparición." (Francisco José Ramos, Estética del pensamiento: El drama de la escritura filosófica, Editorial Fundamentos, Madrid 1998, pág. 25). En cuanto se trata de poner afuera una idea se la atrapa, se la congela, con lo cual en cierta forma se la destruye, pues el vivir de las ideas depende de su movilidad por el éter del pensamiento y de su inasibilidad. Al escribirla, se la detiene, por lo tanto se la mata. Por otro lado, nace la imagen de esa imagen originaria, pensada, pero la primera no es sino un teatro de la segunda.

La verdad, impávida, única, no existe: existe el consenso sobre ciertos fundamentos, y en ése islote de consensos lo sería para ciertas congregaciones, en ciertos momentos: esos interregnos en que el pensamiento se detiene para investirse como verdad. Pero tal investidura proviene del que piensa, y necesita a las palabras para su ceremonia. Así que la verdad es la autoinvestidura del pensamiento asesinado. Por eso las palabras son las arenas movedizas de la verdad. 

Y sin embargo debe existir un empeño desgarrador en la escritura, que no es lo mismo que una búsqueda de verdad, sino una sinceridad suicida, sin eufemismos. Porque el eufemismo es una forma muy cruel de negación.

Sin inteligibilidad la escritura no sería más que un balbuceo. La inteligibilidad se alcanza por un afán de claridad, no de simplificación. Simplificar una idea es desangrarla para hacerle una transfusión de un plasma anodino. Pero el afán de esclarecimiento puede oscurecer el pensamiento. Conocer no necesariamente implica comprender. Aunque sí hace falta una infinita, a veces irracional, aceptación.

Las ideas son puestas en palabras para ser contempladas, no necesariamente comentadas como ahora está en boga en las redes sociales y de microblogging. Eso sería simplemente propaganda. Tampoco tal nacimiento, cuando viene de la motivación profunda, originaria, inmanente, de la literatura, responde a un afán de proselitismo (ésa podría ser en cambio la definición de panfleto). Escribir es una de las reacciones posibles a la incomodidad metafísica que mencioné en mi entrada justamente anterior a ésta, a cierto pánico del espacio en blanco, del silencio. 

Mientras más trata uno de acercarse a algo con la palabra más elusivo se vuelve. La virtud en las palabras es sospechosa; en tal virtuoso no hemos de confiar. Las palabras son engañosas, como enredaderas: se adelantan a la idea y yerran, o cuando se las dice en demasía se decoloran y dejan de significar. También son asesinas de ideas. Por eso las palabras no son de fiar. 


martes, 18 de septiembre de 2012

Estética del vacío


El vacío no es ausencia, tampoco necesariamente el germen de lo que aún no es. Es  un  espacio donde reinan las leyes de lo inhabitado.  Donde  no  "falta"   nada sino    hay     una       presencia   otra,  de   diferente   cualidad,  de una densidad equivalente al  "algo"  pero en negativo, como un mundo dentro de un espejo.

Según los budistas, el vacío no es la falta de algo sino la posibilidad infinita de la fecundidad, que conectaría todos los eventos. En Occidente, es ese espacio de muerte antes del renacimiento, la noche entre dos días, el arquetipo de la Vida-Muerte-Vida según la afamada psicóloga junguiana Dra Clarissa Pinkola Estés, el mecanismo de acuerdo al cual funciona el amor. Éste se distribuye por ciclos, y el fin (la muerte) de cada uno implica un nacimiento. Entre uno y otro comienzo, el vacío. 

En Astronomía, se sabe que el espacio exterior, donde se hallan los cuerpos celestes, es vacío en cuanto carencia de atmósferas, ya que éstas (masas de gases) se concentran alrededor de los planetas y estrellas, que las forman atrayendo dichos gases por la fuerza gravitacional. Así que el vacío sería el espacio entre un cuerpo celeste y otro, una constelación y otra, un sistema solar y otro. No hay nada en él pero contiene al Universo entero.

Así sucede en la música: el silencio le da una silueta al sonido, rodeándolo. El silencio no es simplemente la ausencia de sonido. De hecho, en Ucrania se enseña a "entonar el silencio". Las pausas también se articulan: un silencio puede ser suave si sale de una nota que muere en un diminuendo, puede ser staccato si es repentino, luego de una nota con acento secco. La intensidad del silencio en la ejecución viene dada por contraste con los sonidos que lo rodean: es un efecto de claroscuro.

Pero el silencio no es exclusivamente dependiente de las notas que sí suenan: posee una cualidad sonora en sí mismo que está asociada con la respiración y su pronunciación y con el gesto. El silencio tiene una intención y una intensidad, y su entonación, como la de todo el discurso musical, no es simplemente la reproducción sin sentido de un texto sino la plasmación física, la realización sonora de la voluntad y la direccionalidad. 

En el momento del auftakt, del levare del director, que no "suena",  ya están definidos la velocidad y el carácter de lo que sigue. Hay silencio, pero hay un gesto. El silencio es todo eso: una respiración, un gesto, y también es un sonido, sólo que de una cualidad distinta a los que están asociados a una frecuencia, porque también tiene una duración definida e implica un ritmo; de hecho, lo modela. Podremos visualizarlo si entendemos sobre qué dibujamos con sonido una rítmica, si además de la figura percibimos el fondo, si aparte del cuerpo del sonido "vemos" su sombra. Podemos hacer uso de imágenes pictóricas como éstas para poder pensar, jugar con el concepto del silencio desde tal punto de "vista".

En el declamar, que no es otra cosa que un pronunciar musical, se recorre una geografía de sonidos y silencios con un sentido. Es común a la música y a la literatura, y en donde encuentra una expresión aún más rotunda es en el teatro. Los actores se hacen expertos en el arte de la pausa y el silencio; saben mejor que nadie cuánto se puede decir cuando no se dice nada.

En literatura el vacío es el espacio en blanco en la página. Tiene dos funciones: una "musical", de pausa, también asociada a la respiración, al recitar y otra "pictórica", pues define el "dibujo" del poema en la página, su contorno. Es sencillo de entender cuando se lee un texto en voz alta y en éste (como puede darse el caso, sobre todo en poesía avantgarde) se usan los espacios en blanco en lugar o además de la puntuación. Hay poemas gráficos, en los que el dibujo del texto representa una figura: se esculpiría haciendo uso del espacio en blanco alrededor del poema. Y los espacios en blanco poseen capacidad dinámica, entendiendo ésta última en términos musicales como la representación de un estado de ánimo: la duda, la espera, el sollozo, el darse cuenta son apenas algunos ejemplos inmediatos de lo que puede significar un espacio entre un verso y otro. Así que el espacio en blanco en la hoja no es simplemente un asunto pragmático de diagramación y ahorro o malgasto de papel: es un recurso expresivo.

Quizás la frecuente literal malinterpretación del vacío en música y literatura tenga su origen en una visión mercantilista del ejercicio artístico, no en su significación socio-económica (aunque de allí provenga, inconsciente, su lógica de trueque) sino en el sentido de dirigida por un afán del más y del mejor que no entiende de supuestas "carencias". No se tolera la idea de vacío allí en donde justo reina, en un mundo interno signado por lo que se podría denominar materialismo psíquico; no se enfrenta sino que al contrario se rehuye la incomodidad metafísica que origina. Para el materialista psíquico tal incomodidad es el coro griego de los leprosos del alma, ante cuyos plañidos se cubre desesperadamente los oídos; para el artista, es acicate que redunda en fecundidad, que lo mantiene en necesario y vital movimiento pues lo empuja a emprender la constante peregrinación que es parte de su esencia. Ese afán de negación del vacío es el cáncer de los huesos de nuestra vocación y viene determinado por la prevalencia de la lógica del ego, de ese narcisismo del falso artista que se pone a sí mismo por sobre aquello a lo que debería servir con la humildad, no de quien se inclina ante una deidad, sino de quien simplemente debe convenientemente desaparecer, como esos titiriteros de Teatro Negro que obran maravillas sin ser vistos. Desaparecer para que ese aparente vacío se convierta en la escenografía en que debe desarrollarse el eterno, misterioso y portentoso drama del arte. 

jueves, 13 de septiembre de 2012

La poesía como herramienta crítica


Bernard Shaw dijo una vez: "Se emplean los espejos para verse la cara y se emplea el Arte para verse el Alma". (Ramón Gómez de la Serna, Dalí, Espasa-Calpe, Madrid, 1989, pág. 31. Todas las citas de este autor en esta entrada son tomadas de este libro). En el mismo escrito, Gómez de la Serna atribuye al Surrealismo, como antecedente, ese salto del profesor de estética quien al final de la clase invita a los estudiantes a obviar el programa de la asignatura y hablar un rato, o sea, a improvisar, a conocer el mundo haciendo uso del sueño, de lo inconsciente, de la casualidad: a usar el "arbitrarismo surreal" (pág.111).

Así que la poesía se emparenta con la crítica en ese espacio iluminado del Surrealismo, el cual en la niñez de ambos jugaba con el Psicoanálisis. El arte mismo "es una opinión teorizadora hasta el más allá de los alláes, hasta el más allá de las fiestas mejores del espíritu que trascienden sin miedo la raya del alba. Así, los que estamos dedicados a la dilucidación del Arte ascendemos por la escala de luz que va de la tierra al cielo." (Gómez de la Serna, pág. 112). El arte es una materia de una densidad atmósferica otra, en la que se confunde a sí mismo con su propia dilucidación, pues parte de la esencia performántica de la obra de arte es ese encontrarle el sentido, no necesariamente y no siempre usando la comprensión, lo cual no es posible a veces ni para el mismo creador. "En La conquista de lo irracional el mismo Dalí ha dicho de su pintura: "...Cómo quieren que los demás comprendan (mis cuadros) cuando yo mismo que soy quien los hace, tampoco los comprendo. El hecho de que yo mismo, en el momento de pintarlos, no comprenda la significación de mis cuadros, no quiere decir que mis cuadros no tengan ninguna significación."(Gómez de la Serna, pág. 108). Pero no se trata sólo de un asunto de significación y comprensión, al menos consciente, sino de un fenómeno cognitivo que implica una percepción mucho más amplia. A veces se me ocurre que la intuición es comprensión, análisis a alta velocidad, una que no permite andar por todos los vericuetos de la razón. Los surrealistas incluso, rozando el espiritismo, incorporaban la premonición a este complejo de "cognición-aprehensión incomprensible", y Gómez de la Serna da como ejemplos "el caso del pintor Brauner, que se había autorretratado tuerto sin serlo, cuando un día en una disputa surrealista lo es en verdad, recordando eso el caso de Apollinaire, que tenía su retrato en bajorrelieve con una herida en la frente, que se realizó en la guerra del 14 cuando le hirió en ese mismo sitio un casco de obús."(Gómez de la Serna, pág. 68). La poesía es la voz de la intuición: es la intuición articulada.

Así pues, por todos los flancos, la poesía es todopoderosa y omnipresente en su capacidad de árbitro entre el artista y el mundo y entre el hombre y el Arte; entre la oscuridad y la luz y el orden y el caos, pero no oponiendo estos extremos, sino reconciliándolos: echando luz sobre la oscuridad y descubriendo el orden en el caos, que es el paso previo a la articulación de la palabra. El acto poético es una especie de creación del mundo a la inversa, pues en el Génesis (que también es poesía) está escrito que "en el principio era el verbo"; una recreación, pues en cada obra de arte el mundo se crea de nuevo en pequeña escala.

"Lo que la analogía poética tiene en común con la analogía mística, es que transgrede las leyes de la deducción para permitir al espíritu la aprehensión de dos objetos de pensamiento situados en diferentes planos, entre los cuales el funcionamiento lógico del espíritu no está en condiciones de tender puente alguno y se opone a priori a que ninguna clase de puente sea tendido."(Gómez de la Serna, pág. 113). La poesía es ese puente metafísico para cruzar desde lo que late, invisible, eso que busca al mundo como un animal salvaje que otea el espacio del arte, hasta la explosión de luz enceguecedora que es la palabra.

Sólo la escritura poética puede atajar ese borde esquivo de las ideas y cosas, ese que se escapa al burdo y elefantiásico análisis dependiente únicamente de lo racional. Porque ¿quién dijo que la mente es el espíritu?¿Quién podría reducirnos y a la magia que nos circunda a meros impulsos eléctricos o reacciones químicas?¿Quién se atreve?¿Quién tira esa primera piedra?

El ars poetica es, en cierta forma, una clave para descifrarnos, una llave del cuarto de los demonios personales. Por eso a algunos la poesía puede salvarlos, y a otros, precipitarlos en su propio abismo y matarlos, con esa muerte voluntaria que tantos escritores escogieron: el suicidio.

La poesía es una forma de ver y escribir el mundo. Se nos cuela en las letras, a quienes nos tiene felizmente prisioneros, cuando escribimos fuera de ella. Nos abre los ojos de ver cosas invisibles, y le da una voz a lo inefable porque es la única que puede acercársele sin quedarse muda.