Se me ha señalado un par de veces (que no acusado) por sufrir de "venezolanismo lingüístico". Por el tono condescendiente utilizado considero tales señalamientos como "regaños". Sí: soy confesa de "terrorismo literario" (¿o quizás llana ignorancia?). Escojo yo misma mis lecturas y no me siento forzada a llenar mis horas de leer con obligaciones predeterminadas, ventaja que me confiere el ser una diletante de las letras en lugar de una erudita. ¿He de cruzar esa gruesa línea para ejercer el derecho de lanzar mis textos al mundo? Me dirán: depende de tus aspiraciones literarias.
Hallo sospechosas las aspiraciones cuando están referidas a un tercero. ¿Se trata entonces del destinatario, no de la fidelidad a sí mismo? He pecado entonces de ingenua. ¿No debería el lector hacer el esfuerzo de acercarse a la "localidad" de un extraño? ¿No lo convierte eso en un ser más universal, ese tener la capacidad de admirar la belleza del habla local de un otro? Me sucede cuando aprendo idiomas: me interesa no la lengua abstracta, que creo firmemente ser una entelequia, sino me convierto en una obsesa de las jergas. Y me sucede eso cuando vivo en o visito un lugar con un español distinto. Y no solo de los usos, malos usos y desusos, sino de la música del habla (el "cantaíto", como le decimos aquí). Me encanta copiarlo, ensayarlo y usarlo, así como me adapto a la comida o al clima.
Voy más allá, en la variable tiempo que es un eje otro: me obsesiona leer a Shakespeare en las versiones originales antiguas y no en las antisépticas versiones "modernizadas", modernización que me parece algo más siniestro que simplemente acercarlas a nuestro siglo: es banalizarlas, quitarles un borde, desvestirlas de peligro. Hasta que no tuve la oportunidad de ver la maravillosa versión en película de la Royal Shakespeare Company con el texto original (y habiendo visto todas las posibles anteriores, eh), no tuve la más remota idea de quién realmente era Hamlet.
Así que ese "llevarle la cultura a las masas" es como los lentes para la presbicia: hacen que hagas aún menos esfuerzo para leer, se deterioren más los músculos ópticos, y termines viendo peor.
No es falta de amor a la lectura o al conocimiento formal esa tendencia a la rebelde piratería literaria tan inherente a mí. Pero si hasta en el cálculo integral se reserva uno el derecho a escoger los teoremas iniciales con tal de demostrar una expresión matemática (me dirán: debes conocer todos los teoremas primero. ¡Pero es imposible leerlo todo!), tal parece que en las letras tal demostración se encuentra en el estilo mismo. La inocencia no es, al parecer, recomendable. Dos ideas al respecto. Primera: la inocencia requiere cierta inconsciencia. Segunda: proveniendo yo de un continente "descubierto" quizás el constante hallazgo, la sorpresa ante cosas ya manidas y por otros bien sabidas es siempre para mí un grito de "¡Tierra!" al que no quisiera tener que renunciar. La podredumbre no viene del tiempo sino de los ojos.
Usar el español local en la escritura parece evidencia de falta de lecturas. Pero ¿qué es lo universal?¿No es la universalidad una especie de autodepuración, y, por tanto, de racismo autodirigido?¿No es acaso una suerte de imperialismo literario?¿No es discriminatorio calificar un lenguaje local como pintoresco?¿No es esa una actitud turista ante la riqueza de las jergas? Yo rechazo ciertas excelentes traducciones españolas por percibirlas como excesivamente castizas. No se trata de nacionalismo lingüístico sino del hedonismo de entregarse a las metamorfosis de una lengua tan "ancha y ajena" (Ciro Alegría dixit).
Quizás solo logre dibujar una sabia sonrisa en los labios de mis pocos y queridos eruditos lectores (que los tengo). Quizás eso sea suficiente.