jueves, 26 de junio de 2014

¿Ser o hacer?


Es común que nos rotulemos a nosotros mismos con la actividad que realizamos. Mientras se trate de una sola carrera no hay conflicto. Pero aquellos que tenemos varias sí notamos una diferencia que puede llegar a alcanzar la estatura de una contradicción.

Dejando de lado las consideraciones de terceros, pues la mayoría de la gente suele escudriñar y juzgar la vida ajena, tal contradicción puede llegar a ser dolorosa. Constituye un ejercicio de autodiscriminación y autoexclusión. Quizás se origine en los típicos consejos parentales, allá en la lejana infancia, de tener que "escoger" entre esto o aquello que amamos para lograr una supuesta "concentración".

Pues no hay que escoger. El alma llama y hay que responderle. Lo contrario es mutilarse. El amor no es una cantidad que se reparte; se parece más a una función matemática.

Desde el yo, varios paisajes se alternan, sin juicio, prejuicio o perjuicio. El perfeccionismo no tiene cabida. Hay un solo protagonista de todas esas escenas, un solo actor. Y se es ese, quien decidió entregarse a más de una actividad. No hay división; esta solo se da en el tiempo y el actuar, pues la proporción en que todos esos haceres conviven está viva, se mueve, se modifica.

¿Que se "es mejor" en una cosa que en otra, que se da alguna más fluidamente, que una produce dinero y la otra no? Reflexiones vanas y ajenas. Cuando se profundiza en el alma, como en un océano, se hace el silencio. Solo existe el amor por lo que se hace y el derecho y libertad de entregarse a ello.

Quizás el asunto tenga un tinte un poco de tabú porque existe el paralelismo inconsciente con la monogamia. Le exigen a uno ser monógamo también con la profesión, aún cuando la naturaleza se oponga. Pues habrá que asumir la "infidelidad", porque (esta paráfrasis de un fragmento bíblico me encanta) una casa dividida contra sí misma no puede sostenerse. No podemos sostenernos contra nosotros mismos.

Existe una base filosófica para esta creencia. De mis escasas referencias en el campo puedo dar fe de la siguiente. Erich Fromm cita a Kierkegaard en "Del tener al ser": "La primera condición para alcanzar algo más que la medianía en cualquier terreno, comprendido el arte de vivir, es querer una sola cosa. (Véase Kierkegaard, 1938: "Pureza de corazón es querer una sola cosa."" Un poco más adelante se refiere a concentrar las fuerzas en un objetivo. Yo digo (sin ser filósofo) que se trata de un dilema del momento. Hay que concentrarse en una sola cosa en el momento dado, anclarse en el momento presente. Y además la resolución del acertijo pasa por un abandonar la idea mercantilista de la obtención de un cien por ciento de ganancia en todo lo que se emprende, o en términos puramente comparativos, replantearse la cuestión de la excelencia. Y no se trata de rendirse a la mediocridad, sino de alcanzar la cima más alta...con respecto a uno mismo. La verdadera ganancia es el sujetarse al murmullo ininteligible del deseo, no el sentarse a cuestionar el por qué de los amores de la propia alma, sino sentarse a escucharlos y levantarse a seguirlos. Personalmente, de acuerdo a Kierkegaard, me confieso impura.

En el final del libro arriba citado, Fromm expone la superación del "soy lo que tengo" al "soy lo que estoy siendo" pero lo iguala al "soy lo que hago". Hay una diferencia. 

Alejándose hasta alcanzar la distancia que la afamada psicóloga junguiana Clarissa Pinkola Estés llama "la vista aérea" (the aereal view) las líneas limítrofes entre actividades se borran aún más a la luz de la unidad de un alma en particular. Lo que visto burdamente puede parecer distinto, a la luz de una personalidad determinada es un continuum, como esas fotos panorámicas. Solo que todo está dispuesto en un microcosmos con sus leyes gravitacionales, proporciones, distribución y medidas propias. Quienes verdaderamente conocen al sujeto pueden dar fe de ello, y hablo de conocimiento no en el sentido de familiaridad o cercanía durante un tiempo prolongado (pues a veces desconocemos a quienes tenemos más cerca) sino el de aceptación. Aquellos que no constituyen un tercero para nosotros. En la soledad de las esferas interiores somos el único otro y nos debemos esa aceptación. Nos debemos el no ser un tercero para nosotros mismos. Desde ese punto lejano y retornando por el camino contrario de la luz descompuesta, se llega al prisma de la unicidad del ser.