Para comenzar, comparto con ustedes un divertimento
que escribí para mis amigos y colegas pianistas:
Decálogo de un pianista a nuestros estimados
colegas monódicos
ADVERTENCIA: Si Ud. está leyendo esto, toca un
instrumento monódico (o sea, tiene a su cargo sólo una voz, generalmente) y el
contenido de esta carta no le es desconocido, entonces no es con Ud... ;-)
1. El pianista no es su esclavo (la esclavitud fue
abolida hace más de un siglo). Es otro solista que está haciendo música con Ud.
2. El pianista no es un karaoke. Todo lo que se va
a tocar en conjunto (tempi, dinámicas, etc.) debe ser negociado entre ambos.
3. El pianista no es una geisha. No le pagan para
satisfacer todos sus caprichos, le pagan para hacer música con Ud.
4. Si es Ud. quien paga, páguele. Los pianistas se
cuentan todo entre ellos, si Ud. es mala paga TODOS ellos se van a enterar.
5. Acéptelo, Ud. no es el único en la vida de un
pianista.
6. No se olvide nunca de que, en su recital, el
pianista es la única otra persona en la escena con Ud. No le queda más remedio
que tenerle buena fe y confiar en él.
7. Cuando el pianista esté tocando su solo o su
tutti, no lo moleste. Tiene demasiadas voces de las que hacerse cargo, la de
Ud. incluida.
Como dicen los rusos, en toda broma hay un poco de
verdad. En el caso de este escrito, hay un todo de cierto para mí. Habiendo
trabajado de pianista acompañante, como muchos de mis colegas, me atañe
directamente. ¿Quién de nosotros no se ha encontrado con un instrumentista (o
un cantante) con el que tiene que tocar y éste ha comenzado el primer ensayo
exponiendo detallada y verbalmente todo lo que tenía planeado (¡con
premeditación y alevosía!) hacer en términos de concepción musical, agógica y
tempi?
Ese es un mal comienzo para una relación musical
(así sea breve). Muchos de ellos lo empeoran aún más declarando: “yo soy el
solista”. Sí, eres el solista cuando tocas SOLO, cuando eres un cellista o un
violinista y tocas una de las Suites de Bach, por ejemplo. Evidentemente, hay
una terminología formal que se usa para los programas de concierto, los pensa
académicos y para las nóminas de pago en los Conservatorios. Pero nuestros
colegas a quienes acompañamos a veces llevan el significado de estas denominaciones
demasiado lejos. ¿Cómo puede explicarse tal comportamiento?
En el caso particular de la relación musical, del
“tocar juntos”, un intérprete intenta subyugar al otro, hacer que éste “le
siga” sin discutir, “le acompañe”. El axioma: “yo soy el solista, tú eres el
acompañante”. Muchos, haciendo alarde de flexibilidad, harán la excepción para
la música de cámara. Pero ¿qué hay de las transcripciones y los conciertos con
orquesta? Ahí inmediatamente saltarán: esas son las excepciones, pues como
solista debo ser seguido, ergo, obedecido.
Mi visión personal musical (y la de TODOS los
colegas pianistas con los que me relaciono en mi entorno) es la de que “el
acompañante” es una entelequia. Tengo la suerte de trabajar en una organización
musical como FESNOJIV, de la cual se ha desterrado ese término (aunque no
necesariamente eso ha desterrado del todo la idea) y se ha sustituido por el de
“repertorista”, la persona con la que tocas tu repertorio, precisamente
tratando de evitar la connotación negativa del término que desvirtúa tal
actividad musical.
Ahora me volveré al lado positivo de esta
situación. Toda vez que hacemos música juntos, el espíritu de la música
de cámara debe reinar. Según Erich Fromm lo que nos hace
artistas es la espontaneidad. Claro que hay mucha gente de otras profesiones no
relacionadas con el arte que también son espontáneas. Pero ciertamente, siendo
artista de profesión, no es sólo la actividad de la vivimos lo que nos
convierte con propiedad en tales. Existe lo que en su biografía de Beethoven
Max Steinitzer denomina “funcionario musical”: aquel filisteo que toca un
instrumento musical pero carece de sensibilidad, de entrega absoluta y ciega a
la música, aquel que (recordando nuestro blog anterior) actúa desde el ego y no
desde el alma. También el gran cellista Pau Casals en una de sus entrevistas
comentó acerca de este tipo de músicos como uno de los fenómenos más tristes
que le tocó presenciar (hablaba específicamente de un colega cellista
perteneciente a una orquesta). Y Heinrich Neuhaus en “El arte del piano” habla
de quienes, aún siendo capaces de “tocar”, y tocar bien, mecánicamente
hablando, no deberían ser músicos, y ponía el ejemplo de un ex estudiante suyo,
el cual, tocando solo, parecía acompañar (de nuevo el término usado con
connotación negativa) a un solista imaginario. El joven en cuestión llegó a ser
por cierto un excelente ingeniero, si su destino les interesa… Pero observemos
brevemente este comentario de Neuhaus más de cerca: el acompañar al solista
imaginario implicaría falta de iniciativa, de compromiso espiritual al
interpretar, y me trae a la mente una imagen de muñeco de cuerda: la última
amante del Casanova de Fellini.
Cuando tocamos juntos por primera vez con alguien,
mi opinión personal es la de que el principal medio de comunicación debe ser el
acto de tocar en sí y no las palabras, sobre todo al principio. Si al momento
de tocar “sabemos”, en esa fracción de segundo antes de producir el sonido en
que lo concebimos en nuestra mente, lo que haremos a continuación, nuestro
compañero lo adivinará pues se lo habremos transmitido de forma intuitiva. Si
tocamos de forma orgánica, “se entiende” y por tanto, es fácil para el otro
prever la dirección que tomará la agógica. ¿Qué significa “tocar
orgánicamente”? Con continuidad en el sonido y el movimiento, sin espasmos
musicales, sin cambios repentinos de tempo donde no están indicados, espaciando
proporcionalmente las variaciones de volumen (crescendi, diminuendi) y de tempo
(ritardandi, accelerandi, rallentandi, etc.). Eso junto con nuestra
articulación personal y nuestra paleta de colores tímbricos, constituye nuestra
“manera de hablar” musical individual y única, y así debemos comunicar nuestras
intenciones musicales durante el ensayo, no hablando. Así llegamos a
“conocernos” y nos enteraremos de qué versión tiene bosquejada individualmente
nuestro compañero. La versión del conjunto será el resultado de un compartir
espontáneo en el cual nos comunicamos, nos enriquecemos y nos maravillamos
mutuamente del otro y de quién podemos llegar a ser en el espacio musical donde
esa o esas personas y nosotros coexistimos por momentos únicos e irrepetibles.
Pues además no sólo es importante el producto terminado, el día del concierto,
no es ese nuestro objetivo, sino todo el proceso, cada ensayo juntos. No solos:
acompañados los unos con los otros (en el buen sentido) experimentamos a través
de la música y del tocar un instante, breve y mágico.
En este orden de cosas, el compartir musical
transcurre fluidamente, estamos cómodos. Las decisiones musicales se toman en
conjunto, la libertad positiva individual coexiste con el interés por el otro y
el respeto mutuo. Tal ambiente favorece la relajación, no sólo física sino
espiritual y da la oportunidad de extender las alas musicales a todo dar. El
tocar juntos se convierte en un encuentro fecundo entre almas. Culmino citando
al pianista Igor Chetúev en una entrevista para la Revista Musical Ucraniana:
“A los intérpretes les desearía el no olvidar lo más importante: para qué,
después de todo, hacen música”. Agregaría yo en este caso: con otros.