sábado, 16 de febrero de 2013

Arrebatarse o no: he ahí el dilema


En nuestra profesión musical ya no sé qué se aprecia más: si el autocontrol o el arrebato. El primero asegura la limpieza en la reproducción del texto, el segundo la emoción, la espontaneidad. Con suficiente autocontrol se puede simular el arrebato, pero el oído salvaje no se deja engañar.

Injustamente el arrebato (del que me declaro abogada) ha sido asociado al diletantismo. El asunto ha llegado a un extremo tal que dejarse llevar no se considera profesional, pues implica tomar unos riesgos de los cuales no siempre se sale bien parado. El gélido fantasma del perfeccionismo ha ido calladamente apoderándose de todos los espacios hasta imponer su cuadrícula implacable.

Cuando vamos a un concierto: ¿qué queremos oír, qué queremos que nos suceda? Siempre digo: quiero que me cambien para siempre, quiero no ser más la misma después de ese choque de estrellas que es el concierto en vivo. Extrañamente no guardo absolutamente ningún recuerdo de la "perfección" que he presenciado. Sé que he visto algo bueno, pero se ha ido. Para siempre.

Quizás haya que no delimitar bandos. Hay quien tiene un control absoluto de movimientos y aún así puede ser expresivo. Acusar de inexpresividad a quienes logran acercarse a la perfección sería tan injusto como lo contrario. El quid es ser fiel a sí mismo: eso es fácilmente reconocible cuando se es testigo de ello. Ser arrebatado y desordenado no es más que otro cliché. Tener conciencia, además, de la propia singularidad. Hace poco vi un documental en ruso de Anna Netrebko, de hace algún tiempo. En un momento iluminado, y de forma muy espontánea (pues no hay en ella absolutamente nada de afectado) dijo algo como esto: Yo sé que hay mucha gente que canta muy bien, algunos puede que canten incluso mejor que yo. Pero yo sé que soy única y que no hay nadie que se parezca a mí. Héla ahí, una regla de oro puro. Hay que encontrar la propia voz. No tiene que ver con el canto, ni siquiera con la música. Una voz propia se puede tener también en la literatura, en la pintura, en cualquiera de las artes. Hay un momento en que el artista toma consciencia de que es único. En el twitter de la extraordinaria pianista china Yuja Wang encontré ésta cita de Paracelso, la cual era su motto: Alterius non sit, qui suus esse potest. Se podría traducir como: Que no pertenezca a otro quien puede ser dueño de sí mismo.

Volvamos a nuestra cuestión original. No se trata, entonces, de evitar tener una buena mente que comande todos nuestros movimientos. La técnica se trata, básicamente, de eso: de volver reflejos aquellos movimientos necesarios para ejecutar toda posible acrobacia, reflejos que deberían funcionar bajo cualquier circunstancia por adversa que sea, y que físicamente se tenga el mayor control posible del propio cuerpo, que es el instrumento, pues de lo contrario podríamos estar expuestos incluso a lesiones (piensen en el caso de un bailarín). Y ya obtenida ésta base (que nos hace profesionales), que podamos hacer ejercicio de ella con absolutas libertad y espontaneidad, con el objetivo último de, en el caso de nosotros los intérpretes, darle vida al texto muerto musical (siempre muerto en su triste cotidianeidad de papel) con una fidelidad sin reservas al compositor y a la esencia más salvaje e incluso oscura de nosotros mismos. Para lo cual hay que poner en práctica el aforismo, atribuido a distintos filósofos griegos, inscrito en el templo de Delfos: γνθι σεαυτόν. Conócete a ti mismo.

Arrebatarse, en tal contexto, no es sino disponer de la propia respiración, del propio latido. Moverse en un espacio psíquico propio, ser uno mismo. Rugir cuando haya que rugir, morder cuando haya que morder. Dormir cuando haya que hibernar, ronronear cuando haya que amar. Como escribe la afamada Dra Clarissa Pinkola Estés: rodando con lo áspero y resbalando con lo suave. Con lo cual nuestro dilema inicial se reduce a lo que prácticamente se reduce toda situación humana: a Shakespeare. Ser o no ser.

En algún momento un intérprete tiene que tomar una decisión. ¿A qué amo has de servir?¿Te entregarás a la carrera interminable de perseguir lo perfecto?¿O te serás infinitamente fiel a ti mismo, con todas sus peligrosas consecuencias?



domingo, 10 de febrero de 2013

Del amor


Hay cosas que parecen grotescas o terroríficas. No hacerlas o manejarlas o expresarlas "normalmente" es una especie de trampa interminable en que todo parece estar alarmantemente mal. Si no es parte del carácter de cada quien, es imposible permanecer silencioso y elegante y equilibrado.

El miedo a la fealdad, a la intranquilidad, a la inestabilidad nos hace querer tender a una calma que no tiene nada de cósmica. La naturaleza, también la nuestra, está hecha de pequeños big bangs. El único magma posible es el caos. La excesiva reticulación es característica de lo helado, de lo rígido. Eso no tiene nada que ver con todos esos universos nuestros, líquidos y llenos de cosas que nadan de un lado a otro.

Hay tanto que no vemos por andar buscando lo oculto. La búsqueda debería tratarse de usar los ojos. Ni siquiera de ver lo invisible. Al contrario. Lo que está enfrente nuestro se encuentra totalmente a la vista. Pensar demasiado puede volvernos verdaderamente ciegos. Lo triste es que esa otra cosa la aprendimos de otros. Todos se creen con el derecho de decirnos qué buscar, qué encontrar. La verdad es que sólo nosotros mismos sabemos nuestra relación con lo que tenemos o con lo que buscamos. No deberíamos permitirle a nadie interferir en eso con sus otras variables, sus otras posibilidades. Es como ponerle un pantalón a una silla.

El verdadero amor es el que peligrosamente zumba en nuestros oídos como un panal de terribles abejas.

Abrazar aquello que de lejos nos mira, escondido en una caverna con los ojos brillantes y los dientes a punto de morder no se parece a lo que hemos aprendido de la belleza o la sanidad. Pero quizás no exista belleza más contundente que la producida del choque con lo oscuro, con aquello ante lo que cerramos obstinadamente los ojos y nos tapamos desesperadamente los oídos.

Quizás el más grande tesoro sea el entender que no hay reglas ni “cosas que deben ser.” Se puede encontrar lo que se buscaba en un lugar muy extraño y de una forma poco común.  Quizás se trate de que el amor no tiene una sola cara. Quizás la cara del amor a veces no es reconocida, al punto de que la confundimos con la de su opuesto el desamor, con la de aquellas cosas que creemos haber perdido y en realidad son las que verdaderamente tenemos. No hay nada peor que ponerse a pensar “cómo debería ser”, pues el amor no está en esas suposiciones, construidas de pedazos de tantas películas, libros y canciones mediocres. El verdadero amor tiene la cara sucia de barro. El verdadero amor no siempre anda vestido con sus mejores galas. Es elusivo e incomprensible, muchas veces irreconocible.

Quizás se trate de entender que no somos nada comunes y por eso nuestra historia no puede ser común. El único síntoma reinante es el exceso de intensidad en cada cosa. Esa insoportabilidad, ese no poder respirar o sobrevivir sin eso. Quizás estos momentos, al parecer terribles, no hablan de un fin próximo. Quizás hablan de un algo que está calando demasiado hondo, en el que hemos caído irremediablemente. Lo cual en verdad da mucho, mucho miedo.


viernes, 1 de febrero de 2013

Action painting en Los Andes venezolanos


Hoy asistí a la vernissage de la exposición "El Color y las Formas-La Couleur et les Formes" del artista plástico Alfredo Salazar, oriundo de Tovar, en la Alianza Francesa (La Castellana, Caracas), la cual estará abierta al público hasta fines de este mes de Febrero. Action painting de tres y no más de cuatro colores sobre lienzo, ya liso, ya doblado paralelamente, en acordeón; cuatro paneles cuadrados que configuran un círculo es el eje alrededor del cual danzan vibrantes colores hasta llegar a la tridimensionalidad (cita Alfredo a Picasso: el lienzo es un sueño, la escultura es la realidad).

Ya en Pollock el action painting no era un simple chorrear pintura al azar sobre un lienzo: como latidos, como latigazos dolorosos había un ritmo y un paralelismo en esas pinturas cumbres de ese verano único y sobrio de 1950. Las pinturas de Salazar dan el siguiente paso: del ritmo apenas vislumbrado se llega a la configuración consciente de esas esferas; el lienzo se apodera de la pared en blanco al fragmentarse en cuatro y (fruto de un azar experimental y travieso, como cuenta Alfredo mismo) la superficie del cuadro también se deforma, también ordenada y conscientemente. Las decisiones responden a un afán pragmático, a la humildad del diseño y lo artesanal, así tras ellas latan los abismos inefables del inconsciente a los cuales el action painting siempre ha logrado acceder con su automatismo iluminado.

¿Por qué, de dónde la elección enigmática del cuadrado fragmentado que converge en círculo? La respuesta de Alfredo: lo primero que dibujamos de niños es una casa, un sol. Un cuadrado y un círculo. Vuelta a los orígenes para encontrar un camino a través de esas otras esferas de cuya música sólo hemos escuchado hablar.



Para más información visiten el website de Alfredo Salazar: www.alfredo-salazar.com