Hay cosas que parecen grotescas o terroríficas. No hacerlas o manejarlas o expresarlas "normalmente" es una especie de trampa interminable en que todo parece estar alarmantemente mal. Si no es parte del carácter de cada quien, es imposible permanecer silencioso y elegante y equilibrado.
El miedo a la fealdad, a la intranquilidad, a la inestabilidad nos hace querer tender a una calma que no tiene nada de cósmica. La naturaleza, también la nuestra, está hecha de pequeños big bangs. El único magma posible es el caos. La excesiva reticulación es característica de lo helado, de lo rígido. Eso no tiene nada que ver con todos esos universos nuestros, líquidos y llenos de cosas que nadan de un lado a otro.
Hay tanto que no vemos por andar buscando lo oculto. La búsqueda debería tratarse de usar los ojos. Ni siquiera de ver lo invisible. Al contrario. Lo que está enfrente nuestro se encuentra totalmente a la vista. Pensar demasiado puede volvernos verdaderamente ciegos. Lo triste es que esa otra cosa la aprendimos de otros. Todos se creen con el derecho de decirnos qué buscar, qué encontrar. La verdad es que sólo nosotros mismos sabemos nuestra relación con lo que tenemos o con lo que buscamos. No deberíamos permitirle a nadie interferir en eso con sus otras variables, sus otras posibilidades. Es como ponerle un pantalón a una silla.
El verdadero amor es el que peligrosamente zumba en nuestros oídos como un panal de terribles abejas.
Abrazar aquello que de lejos nos mira, escondido en una caverna con los ojos brillantes y los dientes a punto de morder no se parece a lo que hemos aprendido de la belleza o la sanidad. Pero quizás no exista belleza más contundente que la producida del choque con lo oscuro, con aquello ante lo que cerramos obstinadamente los ojos y nos tapamos desesperadamente los oídos.
Quizás el más grande tesoro sea el entender que no hay reglas ni “cosas que
deben ser.” Se puede encontrar lo que se buscaba en un lugar muy extraño y de una forma poco
común. Quizás se trate de que el amor no tiene una sola
cara. Quizás la cara del amor a veces no es reconocida, al punto de que la
confundimos con la de su opuesto el desamor, con la de aquellas cosas que creemos haber perdido y en realidad son las que verdaderamente tenemos. No hay nada peor que ponerse a pensar “cómo
debería ser”, pues el amor no está en esas suposiciones, construidas de pedazos de tantas
películas, libros y canciones mediocres. El verdadero amor tiene la cara sucia
de barro. El verdadero amor no siempre anda vestido con sus mejores galas. Es elusivo e incomprensible, muchas veces irreconocible.
Quizás se trate de entender que
no somos nada comunes y por eso nuestra historia no puede ser común. El
único síntoma reinante es el exceso de intensidad en cada cosa. Esa insoportabilidad, ese no
poder respirar o sobrevivir sin eso. Quizás estos momentos, al parecer terribles, no
hablan de un fin próximo. Quizás hablan de un algo que está calando demasiado
hondo, en el que hemos caído irremediablemente. Lo cual en verdad da mucho,
mucho miedo.
Qué belleza. De verdad, maravilloso. Saludos.
ResponderEliminarSaludos a ti y muchas gracias por leer y comentar. Una sonrisa, grande.
EliminarAGRADABLE,.. SALUDOS :)
ResponderEliminarTrato de razonar y luego creer en lo que me ha parecido bien de lo que razono, sin embargo, cuando Del amor se habla, es cuando más creo que tenemos alma y entiendo mi miedo.
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