En estos convulsionados días a muchos compatriotas se les ha ocurrido la quizás infortunada idea de expresarse públicamente mediante cartas abiertas. Cada una de ellas ha recibido, por supuesto, una o más respuestas, con lo que hemos estado expuestos a verdaderas guerras de "cartas desgraciadas" (el término viene de una canción de Gualberto Ibarreto).
No pretendo cuestionar el derecho o libertad de nadie a expresarse públicamente. Solo me intereso por el fenómeno en medio de un ambiente encendido, de ánimos exacerbados, en el que estas cartas han caído en el fuego que todo lo devora de las pasiones de bandas y bandos (no siempre ni necesariamente políticos pero con ese fondo) y en todos los casos lo han atizado.
En algunos desafortunados casos se vulnera la libertad de "no pronunciamiento" de otros: en una histeria no injustificada se les compele a tomar una posición pública que los interpelados no han decidido fijar por sí mismos, y por no ceder a presiones se les expone al escarnio público. Es lamentable hacerse el portavoz de una inquietud ya reinante que se desborda en prácticamente un linchamiento virtual.
Claro que hay quienes al parecer se aprovechan de los pronunciamientos de otros y de ciertas similitudes de opinión para tomar revancha de viejas enemistades u odios, fundamentados o no. Y resulta que el caos emocional en el que estamos sumidos, aunque puede llegar al descontrol, no nos justifica éticamente para arrasar con todo sin dejar piedra sobre piedra. Pareciera reinar, aparte del comprensible dolor e indignación, un ansia de destrucción.
Otros personajes oscuros y oportunistas responden con el evidente deseo de un poco de notoriedad. Y hay quienes cándidamente participan de la polémica defendiendo a alguien o algo en lo que verdaderamente creen.
Quizás todos los escritores de cartas abiertas en el fondo participan de tal candidez: la defensa de la propia posición, creída justa, compartida y acaloradamente defendida por grupos, y evidentemente del derecho a manifestación, el cual en estos días en realidad no está muy claro. Quizás la represión violenta de este derecho nos ha llevado a todos a parecernos un poco a lo que detestamos. Quizás yo también lo hago, harta de leer cartas abiertas por doquier.
En algunos desafortunados casos se vulnera la libertad de "no pronunciamiento" de otros: en una histeria no injustificada se les compele a tomar una posición pública que los interpelados no han decidido fijar por sí mismos, y por no ceder a presiones se les expone al escarnio público. Es lamentable hacerse el portavoz de una inquietud ya reinante que se desborda en prácticamente un linchamiento virtual.
Claro que hay quienes al parecer se aprovechan de los pronunciamientos de otros y de ciertas similitudes de opinión para tomar revancha de viejas enemistades u odios, fundamentados o no. Y resulta que el caos emocional en el que estamos sumidos, aunque puede llegar al descontrol, no nos justifica éticamente para arrasar con todo sin dejar piedra sobre piedra. Pareciera reinar, aparte del comprensible dolor e indignación, un ansia de destrucción.
Otros personajes oscuros y oportunistas responden con el evidente deseo de un poco de notoriedad. Y hay quienes cándidamente participan de la polémica defendiendo a alguien o algo en lo que verdaderamente creen.
Quizás todos los escritores de cartas abiertas en el fondo participan de tal candidez: la defensa de la propia posición, creída justa, compartida y acaloradamente defendida por grupos, y evidentemente del derecho a manifestación, el cual en estos días en realidad no está muy claro. Quizás la represión violenta de este derecho nos ha llevado a todos a parecernos un poco a lo que detestamos. Quizás yo también lo hago, harta de leer cartas abiertas por doquier.
Entiendo el impulso que ha llevado a muchos a escribir cartas de este tipo: todos tenemos nuestros extremos y cuando nos encontramos en alguno de ellos llega un punto en que sentimos que vamos a explotar, y quizás ese haya sido el estado de muchos de estos escritores de cartas abiertas. Lo han hecho para descargar emociones. Y parte de esa descarga es el inmediatamente publicar sus pronunciamientos a través de las redes sociales. Las redes sociales no son una mascota a la que puedes controlar: más se parecen a un animal salvaje que se te va de las manos.
Y ha sido el caso, incluso en el de hermosas cartas abiertas que se han escrito en respuesta a otras, algunas de ellas también hermosas, otras no tanto. El quid del asunto, para mí, es el que tales escritos, si bien pueden ayudar a bajar la tensión de quien escribe por el solo hecho de salir de la pluma, cuando se publican ya no pueden recogerse de vuelta, y en el estado alterado de toda la colectividad pueden dan lugar a polémicas lamentables e innecesarias, e incluso a violencia escrita. No digo que no escriban y publiquen lo que se les venga en gana, ni quiero violar el sagrado derecho que todos tenemos a meter la pata. Pero (viendo los toros desde la barrera) les recomendaría a los escritores en potencia de nuevas cartas abiertas (ya que es inútil llorar sobre la leche derramada) que esperen un poco y no hagan público nada sin esperar un poco a que al menos amaine la exaltación propia, el estado iluminado y sin precedentes que nos vuelve a todos extremadamente elocuentes y escribidores, cuando en realidad estamos borrachos de adrenalina. Y de angustia.
Ojalá en momentos como este pudiéramos estar completamente seguros de estar del lado de "los buenos". Ese autoarrogarse la bondad y la razón sin dudar es peligroso.
No todo lo que sentimos y pensamos tiene que ser publicado. La dinámica de las redes sociales nos ha acostumbrado a ese striptease intelectual. Podemos pensar y opinar para nuestros adentros. Eso existía antes de la era de las redes sociales, si es que algunos pueden recordarlo.
Sí, tenemos el derecho de expresarnos libremente y nadie puede criminalizarnos por ello (y que no se atrevan). Pero tratemos de no convertirnos en emisarios de la violencia (de más violencia) al hacerlo. Dirijámonos los unos a los otros como lo que somos: una familia. Disfuncional, pero una familia al fin, que comparte la misma nacionalidad. No como enemigos o inquisidores los unos de los otros.
Podríamos adoptar como lema: Pienso, luego publico.
PS: No regaño a quien publica cartas abiertas, ni pretendo que dejen de escribirse o censurar a nadie, no faltaría más. Solo me da pena ajena. Además hago uso de la misma libertad y desparpajo al opinar aquí y expresar mi cansancio ante las susodichas cartas, lo cual evidentemente a nadie interesa. En pocas palabras: hago también un berrinche público, innecesario e inútil, pues.
Solo espero no haber escrito yo misma otra carta abierta más, una al "destinatario desconocido". He leído tantas estos días que a lo mejor me he contagiado...
Ojalá en momentos como este pudiéramos estar completamente seguros de estar del lado de "los buenos". Ese autoarrogarse la bondad y la razón sin dudar es peligroso.
No todo lo que sentimos y pensamos tiene que ser publicado. La dinámica de las redes sociales nos ha acostumbrado a ese striptease intelectual. Podemos pensar y opinar para nuestros adentros. Eso existía antes de la era de las redes sociales, si es que algunos pueden recordarlo.
Sí, tenemos el derecho de expresarnos libremente y nadie puede criminalizarnos por ello (y que no se atrevan). Pero tratemos de no convertirnos en emisarios de la violencia (de más violencia) al hacerlo. Dirijámonos los unos a los otros como lo que somos: una familia. Disfuncional, pero una familia al fin, que comparte la misma nacionalidad. No como enemigos o inquisidores los unos de los otros.
Podríamos adoptar como lema: Pienso, luego publico.
PS: No regaño a quien publica cartas abiertas, ni pretendo que dejen de escribirse o censurar a nadie, no faltaría más. Solo me da pena ajena. Además hago uso de la misma libertad y desparpajo al opinar aquí y expresar mi cansancio ante las susodichas cartas, lo cual evidentemente a nadie interesa. En pocas palabras: hago también un berrinche público, innecesario e inútil, pues.
Solo espero no haber escrito yo misma otra carta abierta más, una al "destinatario desconocido". He leído tantas estos días que a lo mejor me he contagiado...
¡Está bueno! Gracias a Sandra Parra que me lo hizo descubrir
ResponderEliminarMe hizo bastante gracia, certera con la circunstancia, la alusión cartesiana. Y creo que desde hace tiempo me la he tomado personalmente como consejo.
La expresión "striptease intelectual" está muy buena, tanto por la metáfora misma, como por el strip como por el tease. Pues sí, hay que saber hacer un striptease, poseer ciertas condiciones, tanto el individuo que lo ejecuta como su audiencia. Si faltan esas condiciones ... como que se empobrece el acto, tal como a menudo sucede en las "redes sociales" con el lenguaje y la presencia
Yo le añadiría que, al menos respecto a las tradiciones de mis mundos, una carta abierta se remite desde alguien que tiene una fuerte ascendencia moral sobre un grupo de personas; como tal, establece una posibilidad de fracaso moral si hay equívoco.
Muchas de las "cartas abiertas" que circulan por allí no cumplen con esa condición de ascendencia moral sobre un grupo; sin que ello signifique que el remitente adolezca de falta moral. Este fue el caso, por ejemplo, la de la pianista que vive, creo, en Boston y desecha de un plumazo la labor de nuestras orquestas juveniles, que han rescatado a muchos de nuestro jóvenes.
Otras cartas, verbigracia la de Rubén Blades, han sido fracasos morales por la muy simple razón de no identificar clara y concretamente a quiénes y con qué propósito se dirige la epístola. "A los venezolanos" es muy ambiguo, dadas las polarizaciones y, como propósitos, plantea lugares comunes; por ejemplo, dejar de cavar para no hundirse más.