Quizás ese sea el secreto: que uno ama una música y se mata por tocarla. No es que sea “una tarea”. No se trata de tareas, sino de amor.
Se sufre cuando se impone el instrumento como una tarea. Pero no cuando es “el trabajo” porque como trabajo se lo ama. Y tampoco cuando se enamora uno de alguna obra. Amo a Mozart porque quien no ama a Mozart no quiere a su mamá.
Defino "tarea" para los efectos de esta divagación. Es relacionarse en la intimidad con el propio instrumento con matrices impuestas desde afuera, por más benévolo y bienintencionado que éste "afuera" sea. Cualquier proceso de aprendizaje es la asimilación de lo aprendido. Asimilar es convertir algo en parte de uno mismo, reinterpretarlo. No es un parche. Cuando estudié Química (en otra vida) nos decían que uno de los objetivos de nuestro entrenamiento era "hacernos pensar como un químico". Detengámonos en esta afirmación. Cuando entramos en el Instituto éramos "bachilleres" (el cual era un estado que bien te hacían sentir era preferible abandonar) y debíamos salir químicos de pensamiento y acción. En Corintios 1 13:11 escribió San Pablo: "Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé las cosas de niño." Todo aprendizaje implica convertirse en otra persona. Como un reptil, botamos esa piel anterior de cuando-no-sabíamos y somos toda una nueva serpiente.
Hay quienes enseñan algo muy malo: que para que te tomen en cuenta debes tocar algo muy raro porque no tienes otro chance. Que si tocas algo amado de todos la gente no te querrá porque siempre habrá alguien que lo tocará mejor. Y es verdad. Siempre habrá alguien que odie como lo vas a tocar. Pero también habrá alguien que te preferirá a ti, y en todo caso, quizás sea más importante estar disponible para ciertos públicos que de otra manera jamás podrían oírlo. Y así otros muchos escenarios en que puedes ser tú mismo sin competir con nadie, pero aún más importante tampoco competir contigo mismo. Todos hablan de esa competencia con uno mismo como algo positivo, cuando en realidad es una abominación. Uno está para ser su mejor amigo. Uno contra el mundo.
Pero la motivación ¿entiendes? La motivación. No es “tocar bien”, no es “gustar”: es que te enamoras de una música en el presente y vas y la tocas. O que debes tocar algo para ganarte la vida y lo lees y te enamoras. Pero esa vitrina de “ser buen pianista”… no si eres demasiado roquero como para querer que alguien vea tus pequeños defectos (yo lo llamo idiosincrasia) y los "limpie". No quiero ser “reparada”. Esta soy yo, y yo no quiero eso de tocar como vitrina, porque esa sonata, esa mujer, esa pianista, ya no soy yo.
Y de ahí que el presente es el otro asunto importante. Dejar de amar es un derecho humano, porque la eternidad no existe. Ya no te gusta lo que tocabas antes, amas otras obras ¿y qué pasa? También hay obras a las que amarás tan eternamente como te dejen las canas y las arrugas. Como a Bach.
La palabra "reto" es sospechosa: suena a dificultad autoimpuesta.¿Para qué? La vida, la música trae muchas a la puerta. Hay que ocuparse en enfrentar esas, cada día. Ejercitar el músculo de vivir.
Del amor ¿qué puede decirse?¿No vemos todas esas catedrales, todas esas pinturas, todas esas cantatas, todas esas páginas emborronadas? Nuestro trabajo es amor vivo y coleante, en una sala de conciertos o en una iglesia o en un salón de fiestas o en un restaurante. ¿Queda del amor alguna duda cuando sobre un aria Bach escribe 30 variaciones, cuando sobre un tema escribe 14 fugas y 4 cánones?
Así que ese es el asunto: amor y no tarea. Amor que implica tarea, porque claro que hay que estudiar. Como contestó Lang Lang en una entrevista a la pregunta ¿es verdad que estudia muchas horas?: "-Es que cuando me siento a tocar ¡no puedo parar!". Que sea pues como la ruta de Kavafis a Ítaca:
"Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes."
Y atémonos, como Ulises, para no dejarnos llevar por las sirenas.