martes, 18 de diciembre de 2018

De los juegos de azar en la literatura rusa

El boom de los juegos de azar en la Rusia zarista comenzó en los últimos años del gobierno de Ekaterina II. Era común ver en las reuniones sociales grupos de jugadores, y la atracción por esta actividad aumentó incluso hasta ocasionar la interrupción de importantes reuniones de estado por una partida de algún nuevo juego de moda. El pico de popularidad de los juegos de azar entre la nobleza rusa se alcanzó a principios del s XIX, cuando de cada dos personas, una era adicta a ellos.

Los juegos de cartas se convirtieron en un mito de la época que comenzó a ser un tema en la literatura. Su influencia, tanto en la vida de personas reales como de personajes literarios, puede ser ilustrada con el siguiente ejemplo. En 1802 hubo un escándalo en Moscú ocasionado por el príncipe Alesandr Nikoláevich Golítsin, quien perdió en un juego de cartas a su esposa, la princesa María Grigórievna, nacida Vyazémskaya, contra el conde Lev Kirílovich Razumóvsky, conocido como le comte Léon. Hubo divorcio y la princesa se casó con el conde, lo que dio un vuelo inesperado al escándalo.

De entre los escritores rusos, Pushkin fue un jugador compulsivo, y está documentado en una lista de ávidos jugadores de cartas moscovitas, donde en 1829 él mismo escribió: “-¡Antes morir, que no jugar!”. Llegó a apostar sus obras, y perdió en un juego el cuarto capítulo de Eugenio Onéguin ante un compañero de viaje casual cerca de Pskov. Basada en su Dama de Picas, escribió Chaikóvski su famosa ópera homónima, de cuyo libreto, escrito por su hermano Modesto, sale una frase que ahora pertenece a la tradición oral del país: “-¿Qué es nuestra vida? ¡Un juego!”.

Dostoyévski fue un adicto a la ruleta conocido, y se dice que su obra El jugador es autobiográfica. Para pagar sus deudas de juego llegó a vender los muebles de su casa. Existe un análisis psicoanalítico del escritor, escrito por Erich Fromm.

Gógol utiliza el tema de las cartas en sus novelas Los jugadores y Mascarada. En la primera es un modus vivendi, en la segunda una diversión mundana que se convierte en arma de venganza. En Chtoss (nombre de otro juego de cartas de azar, uno de los más antiguos) de Lérmontov las cartas son un ritual deseado que obliga a olvidar el mundo real. Cabe destacar que esta novela quedó inacabada: Lérmontov fue asesinado en un duelo.

Lev Tolstoi no se quedaba atrás a la hora de jugar un partido de cartas, pero le interesaba ante todo el código de honor del juego. Un ejemplo: durante un juego Afanasii Afanásevich Fet se inclinó a tomar del suelo un billete de diez rublos caído. Según el código social del juego, lo que caía de la mesa de juego se consideraba botín de los lacayos. Como crítica ante el gesto indigno de su congénere, Tolstoi prendió en fuego un billete de cien rublos, para iluminar su búsqueda.

El significado específico de las cartas se debe a su naturaleza doble. Por un lado, se utilizan en un juego, que implica un conflicto entre dos partes, del cual una parte sale ganadora y la otra perdedora. Por otro, también se utilizan en la adivinación, y esto les confiere un poder predictivo y programador. Estos dos mecanismos tienden a intercambiarse cuando se escribe sobre ellas.

Existían dos tipos de juegos de cartas: los “comerciales” y los de azar, propiamente dichos. El triunfo en los primeros (tales como el vint, al que Tolstoi hace referencia en La muerte de Iván Ílich), dependía de la pericia en el juego, mientras que en los segundos lo hacía exclusivamente de la suerte, por lo que tenían mala fama. A este tipo de juego de cartas pertenecía el del faro o pharaon, el que juegan Rostóv y Dólojov en Guerra y paz; Dostoyevski lo incluye en Los hermanos Karamazov y Pushkin en La dama de picas.
  
En este juego, para un ponter (quien apuesta el dinero sobre la carta) inexperto y nervioso, un banquero (quien recibe la apuesta y reparte las cartas) de sangre fría puede convertirse fácilmente en la encarnación del destino. Es de notar en la escena entre Dólojov y Rostóv la particular "demonización" del comportamiento del primero y la transformación de la atmósfera, en la cual el segundo se siente atrapado y desesperado. Dólojov, que tiene fama de ser un tramposo en el juego, ha recibido una negativa de Sonia a su proposición de matrimonio porque ella ama a Rostóv, y por eso lo invita a jugar para en cierta forma “batirse” con él (es un duelista profesional) y humillarlo a su vez en el único terreno donde sabe que puede ganarle. Es una venganza: Dólojov juega hasta ganar 43 mil rublos, ya que 43 es la suma de su edad con la de Sonia. Rostóv ha caído bajo el influjo del juego y no puede librarse de él, y sostiene un diálogo interior típico tolstoiano en el que anhela la inocencia de su état d'âme anterior a esta vuelta inesperada del destino y enfrentado a quien él, ingenuamente, creía su amigo. Se dice: yo estaba en esta misma mesa observando esas mismas manos de Dólojov que reparten las cartas. ¿Cómo llegué a este punto, por qué y cómo cambió todo, y por qué no puedo irme? Al final del juego, Dólojov le descubre la razón de su venganza: “Afortunado en el amor, desafortunado en el juego.”

Luego de haber perdido, Rostóv desearía meterse una bala entre los ojos. ¿Por qué? Porque una deuda de juego es una deuda de honor. Según el escritor P. A. Vyazémski, en ningún otro país los juegos de cartas han adquirido la importancia que históricamente han tenido en Rusia, y es uno de los grandes temas de su literatura. Las cartas representan la fatalidad, el destino y el dominio de fuerzas sobrenaturales sobre el ser humano.

Geraldina Mendez  

Fuentes:

Лотман Ю. М.«Пиковая дама» и тема карт и карточной игры в русской литературе начала XIX века en http://feb-web.ru/feb/pushkin/critics/lot/lot-786-.htm?cmd=p

Карточные игры в русской литературе
en https://pokeristby.ru/novosti-pokera/kartochnye-igry-v-russkoj-literature-post-4325/

https://diletant.media/articles/35633190/?fbclid=IwAR3XYtMeXFMtx9T7hE_T5ydrq2AD8XMMYFaVzT1zIBqVRAK-YBkaYIiTnCI

https://touch.otvet.mail.ru/question/198289153?fbclid=IwAR0_meMY24C2cW-shAF5Tl3riLkC6j7i7OgurhqkWr2yw2YvStTzP7Kao-I

https://www.juegos-de-azar.com/faraon.htm?fbclid=IwAR1HoByirhBt12WMWQzXQ5_YOMDKF81PBwj237D17wTOF91PcMApZD_Ytw8

https://knowledge.allbest.ru/literature/2c0a65625b2ad68b5d53b88421306d26_0.html?fbclid=IwAR0cSbJmjfJCKsR9YUVMuZniyPh3MXcG9pYDc_OW-FYbaaOxsuj91ycaozw

https://books.google.ca/books?id=_1U0AQAAMAAJ&pg=PA399&lpg=PA399&dq=juego%20faraon%20banquero%20ponter&source=bl&ots=8tx_BVEVdK&sig=u9m_evOFP2iqD8YxT6Q6eEouBDQ&hl=fr&sa=X&ved=2ahUKEwj2oe2d1qjfAhXkT98KHa3vBDMQ6AEwGHoECAUQAQ&fbclid=IwAR3OM-3RMjcmEr1BIGZUNG06HMIrwsx2gUOYDI7cBSZus7Uxhb-Ndecm1UA#v=onepage&q=juego%20faraon%20banquero%20ponter&f=false

lunes, 26 de febrero de 2018

Talento y locura

A veces creemos que lo que nos hace únicos, originales, especiales, es nuestra locura, nuestra adicción, nuestra enfermedad. Permanecemos embrujados por quien en realidad es nuestro carcelero porque la vida cotidiana, sus exigencias, sus expectativas, nos aterran, nos ahogan, nos hacen desaparecer. Pero en realidad no es allí donde reside nuestro talento. La locura nos quita tiempo, sueño, tranquilidad, disciplina, todo aquello que necesitamos para realizar, diariamente, el trabajo creativo.

La vida cotidiana y el statu quo pueden resultarnos aterradores, y no sin razón. Se roban la magia, la cuota de absurdo necesaria para respirar. Son los rieles terribles de un tren que podría llevarnos adonde no queremos ir. Caemos entonces en el cliché del artista maldito, confundiendo el pathos con hacer un drama para sentirnos vivos de nuevo. Nos volvemos adictos a la adrenalina, a la inestabilidad, al sufrimiento, porque eso nos procura una versión deformada del éxtasis, una caricatura de la catarsis que es crear.

Existe una lamentable confusión entre el desenfreno y el descontrol y por otro lado el lado oscuro o salvaje de la psique, que no necesita domesticación ni salvación. La fuerza salvaje es fertilizadora, creadora; el desenfreno es estéril. Lo salvaje funciona a favor nuestro, es como un viento terrible que sin embargo, en medio de la tormenta más cerrada, lleva nuestro barco a puerto. El desenfreno sirve para embriagarnos de emociones durante un momento, por un tiempo. Pero quedaremos con las manos terriblemente vacías, con obras mediocres. O, en el peor de los casos, encontraremos la muerte, como los músicos del "club de los 27".

Creamos no gracias a nuestra locura, sino a pesar de ella. Jackson Pollock produjo sus pinturas más significativas durante el verano de 1950 cuando Lee Krasner se lo llevó a vivir a los Hamptons para alejarlo de alguna forma de la bebida. Pollock creaba no por ser alcohólico; de hecho, en esa época, que fue tranquila y feliz para él, estaba desintoxicado. El alcohol fue lo que hacia el final de su vida lo llevó a la crisis creativa y a la muerte.

Hay que dejar de glorificar a la locura como a una musa. El hecho de que muchos grandes artistas hayan tenido problemas mentales no significa que eso es lo que los hizo geniales. Robert Schumann en uno de sus ataques maníacos se dañó una mano, lo cual frustró su carrera de concertista de piano. No fue precisamente en el manicomio, donde murió, el lugar que acobijó su maravillosa obra musical. La locura y el vicio no son bonitos, no son excitantes: son trágicos, son una desgracia.

Tenemos que defender nuestro derecho a ser diferentes, con las uñas, con las garras, con los dientes. Pero no actuemos como nuestro peor enemigo al tratar nuestra locura como un don: no lo es. Está de hecho ahogando nuestro verdadero talento y obstaculizando nuestra capacidad de trabajo. No le debemos ningún sacrificio a ese dios del sufrimiento al que nos creemos plegados. 

FInalmente, citaré a Konstantín Stanislavski, el creador de la moderna técnica de actuación, quien, en su autobiografía "Mi vida en el arte", escribió: "En el caos no puede haber arte."