Es mi primer encuentro con este autor, al que leo en la versión original francesa.
Nuestro narrador, en primera persona, es un niño, muy sensible e ingenuo. Entramos en su mundo, en el que las imágenes de la linterna mágica se mezclan de manera un poco fantasmagórica con la realidad de los adultos. Dicha realidad adquiere proporciones épicas en la duermevela, cuando es el momento de subir a su cuarto a dormir. A partir de ese momento, el niño sólo espera que su madre suba a darle un beso de buenas noches.
Trato de leer, de manera inocente, sin haber leído ningún artículo al respecto. Durante las primeras páginas, a pesar de lo simple del sujeto de la narración, hay un contraste con la exuberancia del estilo. Este, sin embargo, no peca de declamatorio. Nos encontramos con párrafos extremadamente largos, con muchas oraciones subordinadas y oraciones simples que se encadenan. Es el fluir de la conciencia de nuestro protagonista. A diferencia de Joyce, el lenguaje es mucho más articulado y no hay rupturas o saltos bruscos. Tengo la impresión de que esta novela es autobiográfica.
Para lograr acostumbrarme al ritmo de estos párrafos extremadamente largos, sin perder el hilo conductor, puse en práctica algo que aprendí leyendo la Divina Comedia de Dante: busqué actores que hicieran lecturas dramatizadas del texto en el idioma original. En YouTube pueden encontrar a los actores de la Comedia Francesa leyendo la obra en su totalidad.
El personaje de Swann por ahora es una lejana referencia, en boca de la tía del niño. Hay una descripción interesante de la dinámica de las relaciones entre los familiares del niño y este personaje enigmático, por el momento casi mítico , quien pertenece a una clase social más elevada.
La presencia de Swann en particular aleja a la mamá, sobre todo la noche del evento cumbre del capítulo: cuando la desesperación del niño llega al paroxismo y lo obliga a esperar despierto el momento en el que sus padres suban a dormir. Se puede ver que, en las costumbres de la época, los padres burgueses mantenían una distancia casi ritual con respecto a los niños, y que el tratar de disminuir esta distancia era considerado mala educación o sensiblería. Esto confiere al episodio de los padres que encuentran al niño levantado dimensiones épicas. Vivimos el drama de este momento de quiebre participando vívidamente en la intensidad de los sentimientos de nuestro joven protagonista, quien, esa noche, tiene acceso a un lado más humano y menos formal de sus progenitores.
Después de este primer acercamiento, podríamos preguntarnos : ¿Qué tiempo perdido? El del pasado, el de la infancia, de una época en la que el tiempo discurría a otra velocidad, una lentitud que permitía detenerse en los detalles. Este primer capítulo bien podría llamarse “infancia”. Uno puede prever que, en el transcurso de los libros que seguirán, el personaje principal crecerá y tendremos acceso a un gran arco de maduración.