Esta entrada es mi traducción del ruso de este interesante artículo escrito por el gran compositor Alfred Schnittke sobre el gran pianista Sviatoslav Richter (ambos soviéticos), estando éste último aún en vida, y en vida del primero (obviamente).
Revista "Soviétskaya Múzyka" (“Música soviética”) , 1974, no. 2, págs. 63-65
Sviatoslav Richter
Sviatoslav Richter
Para muchas personas de mi generación Sviatoslav Richter representa una cierta cumbre, en donde la realidad de la música se convierte ya en su historia. No hay razonamientos, como los de que Richter es nuestro contemporáneo, a quien se puede ver y oír, que puedan aunque sea por un segundo convertirlo en común: hace ya décadas que Richter figura al lado de personalidades como Chopin, Paganini, Liszt, Rachmaninov, Chaliapin; él representa el eslabón que enlaza el presente con la eternidad.
Hace ya casi medio siglo que esta persona (aparentemente cerrada e inaccesible) representa el atractivo centro de la vida musical de Moscú: es un intérprete, un organizador de festivales, es quien primero advierte y apoya a jóvenes y talentosos músicos y pintores, es un conocedor de la literatura, del teatro y el cine, es un coleccionista y asistente a exposiciones, él mismo es un pintor, un director. Su temperamento salva todos los obstáculos cuando está obsesionado por alguna idea, sea ésta un ciclo temático de conciertos, un festival de artes, una exposición o un concierto doméstico.
Circulan leyendas acerca de las exigencias de Richter para consigo mismo: habiendo tocado un concierto maravilloso que ha producido júbilo por parte del público y de la prensa, que ha dado material para investigaciones musicológicas enteras, él se tortura por algún pedazo que no le ha salido (sólo percibido por él mismo). No vamos a considerar esto como extrañeza y extravagancia: Richter posee otra escala de valores, sólo es conocido por él el objetivo original de su interpretación, a él sólo corresponde el juzgar la realización de sus propias ideas. No podemos saber qué perfección sonora se presenta ante su oído interno, y por tanto no podemos juzgar cómo pudo ser su interpretación ideal. Sólo podemos estar agradecidos por esa parte de su creación que sí se dio y la cual supera lo que nosotros somos capaces de imaginar.
Hace más de treinta y cinco años que escucho a Richter y que lo admiro. Aún recuerdo los conciertos de comienzos de los años cincuenta: sonatas de Beethoven, Prokofiev, Liszt, Tchaikovsky, los Cuadros en una Exposición de Mussorgsky, estudios de Rachmaninov y Scriabin, valses y mazurkas de Chopin, conciertos de Beethoven, Rachmaninov, Liszt, Schumann, Rimsky-Korsakov, Glazunov, Saint-Saëns, Ravel y muchas otras obras. Era una época en la que yo no me perdía ninguno de sus conciertos: me enteraba con tiempo, iba a comprar los boletos el primer día de su venta. Tenía yo 15-16 años y sin éxito trataba de recuperar el tiempo perdido y convertirme en un pianista. Me fascinaba sobre todo en la música que tocaba más frecuentemente. Me asombraba de la combinación de temperamento y voluntad, de cómo superaba la técnica (tocaba como si nada fuera difícil), adoraba su touché (sobre todo en los piani), no comprendía lo relajado de sus movimientos (pensaba que era afectación). Recortaba su fotografía de los periódicos, la que llevaba conmigo como un talismán junto con la de Shostakovich. No me interesaba por otros pianistas, tomaba como un sacrilegio cualquier intento de compararlo con alguien más; las anécdotas de los pocos que lo conocían personalmente las escuchaba con una mezcla de envidia y desprecio: ¿cómo pueden, a él, el inalcanzable, llamarlo “Slava”?¿Cómo pueden decir, en un solo aliento, “Richter me dijo… a mí” (¡¿a él?!); “yo le dije…a Richter” (¡¿a Él?!)?
Luego la popularidad de Richter aumentó tanto, que por años no logré entrar a sus conciertos. Apenas ocho-nueve atrás se me presentó la oportunidad de escucharlo de nuevo. Me asombré del cambio: la “afectación” había desaparecido, al piano se sentaba un asceta, un filósofo, un sabio, sabedor de algo de lo cual la música era apenas una parte. El sentimiento de inalcanzabilidad aumentó, aún cuando en su trato resultó él ser una persona extremadamente humilde y delicada (pues yo y sacrílegamente lo “conocí” entonces).
Cambió su repertorio, se volvió estrictamente temático, su base romántica pasó a un segundo plano, cada vez más se dio a tocar obras de ensamble (Shostakovich, Hindemith, Berg, Janáček, Dvořák, Franck). Su temperamento tenía la misma fuerza, pero otra cualidad, ya no subjetiva-romántica, sino espontánea-objetiva. Sin embargo, esta objetividad no era clasicista, no era retrospectiva, sino original, nueva. El mismo nivel excepcional de cualidades, pero ahora libres de monumentalidad condicionada, “artificial”: monumentalidad y grandeza sin rastro de pose, tan grande y todopoderoso como es aquel que renuncia al poder y a las ambiciones. El repertorio era “ingrato”: humildísimas piezas de Tchaikovsky o la utópica en su desvaneciente inmaterialidad Sonata de viola y piano de Shostakovich. En todo ello, algo del carácter de los cuartetos tardíos de Beethoven, donde apenas se respira el aire enrarecido de las alturas. Antes de cumplir sus 70 años Richter nos regaló el correspondiente festival: obras maestras de la música del siglo XX, donde nuevamente impactó con la fuerza de su don interpretativo (tocó el Trío de Shostakovich con Oleg Kagan y Natalia Gutman) pero se descubrió a sí mismo en un nuevo papel: el de director de escena. En un pequeño espacio, el cual era imposible llamar escena, presentó la dificilísima ópera de Britten “La vuelta de tuerca” con la ayuda de simplísimos pero absolutamente originales recursos escénicos (¡recordemos al menos la fragmentación espacial espeluznante de voces y "cuerpos" de los fantasmas!). Se quisiera esperar de Richter nuevos trabajos como régisseur, pero aquí comienzas a temer que, por ello, vaya a tocar menos.
Por supuesto la naturaleza de Richter es universal, y, valorándolo como pianista, es imposible desprenderse del resto de su actividad artística. Puede que sea tan grande como pianista precisamente porque es más que un pianista, sus problemas se plantean en un nivel mucho más alto que el simplemente musical; ellos se originan y se resuelven en la juntura del arte, la ciencia y la filosofía, en el empalme en donde, solitaria, aún no concretizada verbal y figurativamente, la verdad se expresa de forma universal y abarcadora del todo. La inteligencia ordinaria frecuentemente busca la resolución de los problemas en la superficie plana y banal de la verdad, ciegamente se arrastra por ésta, hasta que más o menos azarosamente, por el camino de pruebas y errores, no encuentre la salida. La inteligencia del genio busca estas soluciones en un nivel universal, donde desde arriba hay una visión del todo e inmediatamente se advierte el camino correcto. Por eso aquellos quienes reservan su tiempo para una sola labor, logran en ella menos que los que se interesan en labores combinadas: el espectáculo estético de los últimos adquiere una dimensión añadida. Ellos ven más grandemente, más correctamente, más extensamente…
Sin embargo, todos los intentos por encontrar una llave racional a la misteriosa naturaleza del genio no tienen sentido; nunca encontraremos la fórmula del talento y nunca podremos reproducir al Gran Maestro, quien vive entre nosotros. ¡Que viva largamente!
Año 1985.
Música en la URSS. -1985. – Julio-Septiembre.- Pags. 11-12
Exquisita forma de escribir, gracias por tu contribucion, haz despertado mi interes por escuchar a Richter...
ResponderEliminarSaludos