lunes, 21 de febrero de 2011

Tocar en el presente


Estas reflexiones son el resultado de observaciones empíricas sacadas de mi práctica interpretativa.

La interpretación musical es el arte del momento presente. La creación musical sucede en el momento del concierto y su percepción es inmediata. Pero ¿qué sucede en la mente de quien toca?

En la película "Wimbledon" se muestra, de una manera muy simpática, cómo pensamientos ajenos a lo que se está haciendo pueden atacarnos en el momento más inoportuno y llegar incluso a bloquearnos. Como a los deportistas, a los músicos a veces nos sucede lo mismo, sobre todo en nuestra época de estudiantes o frente al estrés de una audición o de una presentación que revista una significación emocional particular.

Cuando empezamos a pensar así mientras tocamos, a hacer juicios de valor sobre lo que estamos haciendo (sean positivos o negativos) o sobre nosotros mismos en general (o incluso a veces pensando sobre quién está sentado en el público) lo que está sucediendo es que perdimos la concentración. Yo bien sé lo difícil que es, bajo los efectos de la adrenalina, recuperarla luego de haberla perdido. He encontrado una idea que a mí me funciona bajo cualquier circunstancia: la de permanecer todo el tiempo en el presente.

El presente está hecho de cada momento en que estamos ahí en el escenario. No es simplemente una idea general. Se trata de ese compás que estamos tocando en ese preciso momento, esa nota larga, esos acordes, lo que sea que está frente a nosotros en el atril o en nuestra mente, cuando tocamos de memoria. Se trata de no prever el pasaje que vendrá en unos segundos, porque eso asusta más, hace perder lo que se está haciendo e indefectiblemente hace fallar el mismo pasaje que tanto deseamos tocar limpio. Es estar allí, en cada nota en el momento de su producción, con sólo la imagen artística musical en la mente que es lo que nos mueve a través de la obra y esa previsión de microsegundos antes de escuchar en nuestro oído interno el sonido que se producirá a continuación. Es dejarse llevar por esa sensación de relajación ante el peligro, parecida a la que nos producen algunas atracciones de parque de diversiones, las montañas rusas, todas esas donde somos sometidos a altas velocidades.

Otro peligro es escucharse a sí mismo en el momento como otro espectador. Por supuesto que eso no es lo mismo que el escucharse que es necesario para tocar y del que depende el color y para algunos también la afinación. Pero el escuchar con el oído interno que es necesario para tocar es, como escribí más arriba, previo a la producción del sonido. Cuando somos estudiantes y nos hablan de oír lo que vamos a tocar antes de que suceda, siempre nos parece una idea loca y nos preguntamos: ¿cómo se hace eso? ¿Cómo voy a saber cómo sonará si no ha sucedido?

Es parte de la creación de la imagen artística musical y por tanto parte de la técnica. Para conocer las posibilidades tímbricas de nuestro instrumento necesitamos de una cultura previa al respecto, la cual se logra escuchando a los maestros tocar, partitura en mano. Es parte del proceso de aprendizaje de la técnica del instrumento. Luego hay que aprender a producir la calidad de sonido que depende de la voluntad (y no como decía mi maestro Juan Antúnez, "tocar como Dios quiera"). En el momento del concierto hay que tener eso presente aunque ya esté prediseñado en el proceso de estudio. Pero no significa que nos vamos a sentar a escucharnos a nosotros mismos durante nuestro propio concierto pues eso implicaría una actitud pasiva, de espectador, y nos haría perder el motor interno que necesitamos para tocar. Evidentemente, hay que escuchar lo que está sonando, sobre todo para aquellos que deben producir su propia afinación, pero es un escuchar rápido y activo que implica una comparación con lo que se tiene en la mente y con lo que, para algunos, esté sonando en el piano o en la orquesta. Es parte de la atención y también debe suceder en tiempo presente, pues el escuchar pasivo sería tardío y nos pondría de nuevo fuera del momento para ubicarnos en lo que acaba de pasar, haciéndonos perder la concentración otra vez.

A veces hay errores, y debemos olvidarlos y recuperarnos inmediatamente de ellos. Todos hemos visto a colegas a los que les sucede algo mínimo (también sé bien que cuando te sucede a ti mismo lo ves enorme) y no se recuperan, y con eso sabotean ellos mismos una interpretación a veces maravillosa. Eso es quedarse en el pasado. Cometiste un error pero aún estás en el escenario y hay música por tocar. Como dice la Dra Clarissa Pinkola Estés, el perfeccionismo es un veneno y conduce a la parálisis. También dice que el opuesto del perfeccionismo, contrariamente a lo que se cree, no es el descuido, sino el dejarse llevar. Hay que replantearse ese asunto de la perfección. Una aproximación interesante se puede ver en la reciente película "El cisne negro", donde el coreógrafo le dice a la bailarina técnicamente perfecta y obsesionada con la perfección pero fría y carente de pasión exactamente lo mismo que dice la Dra Estés, que ser perfecta es dejarse llevar, sorprenderse a sí misma, con cual sorprendería a la audiencia y trascendería.

Y llegamos al dejarse llevar, que es la base emocional del permanecer en el presente musical y, para mí, la condición sine qua non de la interpretación que pretenda verdaderamente ser artística. Independientemente de que nuestra imagen artística musical esté muy clara y definida, la interpretación sucede en el momento presente, lo que la hace viva, como la respiración. Así como respiramos y esa bocanada de aire es el equivalente de nuestra vida en un  momento dado, así el momento de la interpretación debe ser espontáneo aunque esté basado en la rigurosidad técnica e intelectual que requiere el aprendizaje de una obra. Es ir más allá de aprenderse la música y llegar a esa especie de otra dimensión en que vivimos cuando estamos cómodos con lo que estamos haciendo en el escenario, donde el tiempo es más ancho y los segundos se alargan eternamente, donde pareciéramos movernos más lentamente y con el peso que pesamos en los sueños. Eso nos da una libertad insospechada, una libertad máxima de acción y emoción, y los que lo hayan experimentado saben que es un instante mágico y único, por el que vale la pena vivir, después del cual ni nosotros ni el público seremos los mismos jamás.


1 comentario:

  1. EXCELENTE!!! espero que muchos (sobre todo jóvenes estudiantes) tengan la fortuna de leerte y sobre todo entender mas temprano que tarde éstas cosas!!,

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