lunes, 20 de diciembre de 2010

El jardín del alma


Dentro de nuestra alma existe un jardín lleno de todo aquello que es inalienablemente nuestro, que nos hace fecundos y que nacimos para compartir con el mundo a través de nuestra forma de expresión personal, ya sea el arte, la ciencia o lo que sea que hacemos en este valle de lágrimas. Muchas veces no lo vemos en nosotros mismos o en los demás sino sólo en el momento de la creación (o la interpretación). El momento de la creación en realidad no es tal. Lo creado ya existía, y ese momento es el del paso  de lo que está adentro del jardín del alma hacia afuera, hacia el papel, la partitura, el lienzo... Lo que por ejemplo Mozart escribía ya estaba allí y él sólo lo copiaba, de un tirón, como tomando dictado. Eso demuestra un flujo creativo de adentro hacia afuera totalmente abierto, como un grifo de agua. Algunos, como él, por razones que supongo pertenecen al ámbito de la psicología infantil, tienen desde su primer momento consciente, ese grifo abierto; es también el caso de la niña poetisa rusa Nika Turbina, de la pianista venezolana Teresa Carreño y de tantos otros niños prodigio o wunderkinder. Supongo que no todos disponemos de nuestro talento desde tan temprana edad (o nunca) debido a bloqueos que tienen que ver principalmente con limitaciones emocionales y/o culturales que nos vienen del entorno en el que crecemos. No debemos desconsolarnos por este hecho, empero: creo firmemente que no todo está perdido si empezamos mal nuestra vida creativa, pues la naturaleza humana intrínseca es mucho más fuerte que las condiciones en que nos desarrollamos. Si es nuestro caso, debemos encontrar la manera de reconectarnos con nosotros mismos y limpiar nuestro jardín del alma de cuanta mala yerba ocupe el espacio de todo aquello que está destinado a florecer desde nuestro interior.

La demostración empírica de que existe ese jardín del que hablo es la consciencia que tienen de él algunos grandes creadores. En el Testamento de Heiligenstadt, Beethoven escribió: "(...)solo el arte me sostuvo, ah, parecía imposible dejar el mundo hasta haber producido todo lo que yo sentía que estaba llamado a producir". Este tipo de afirmaciones es común entre los artistas: perciben lo que llevan por dentro y saben que están llamados a compartirlo con los demás. Es extraño cómo muchos de los más prolíficos murieron jóvenes: es el caso de Hugo Wolf, de Franz Schubert, de Maria Callas, del mismo Mozart: de tantos otros maestros que alcanzaron las más altas cimas de la música antes de dejarnos tan pronto, como si sintieran que debían apurarse para tener tiempo de darnos todo lo que tenían. 

Para algunos de nosotros ese paso, ese momento de la creación es tan doloroso como lo es el parto. Por eso puede que caigamos en excesos, que busquemos maneras de aliviar ese dolor. Opino que, como en los problemas del parto, ese dolor de la creación tiene que ver con dificultades para expresarse, obstáculos en ese flujo que he mencionado. A veces llegamos a creer que ese dolor es inherente a nuestra personalidad o profesión, sobre todo los artistas. Pensamos que no podemos crear sin sufrir, y pagamos lo que creemos es el obligado tributo a ese dios terrible del miedo escénico, del insomnio, de la soledad, de la desesperación. Pero no. Yo encuentro la explicación de este fenómeno en el libro "Mujeres que corren con los lobos" de la Dra.Clarissa Pinkola Estés. Todas esas terribles molestias nos vienen de un depredador interno que todos tenemos suelto en la psique: es una fuerza contra natura que atenta contra nuestros intentos de vivir, nos sabotea. Y no se trata de que seamos neuróticos si lo tenemos: es parte natural de nuestra estructura psicoemocional. Y para crear, simplemente debemos acostumbrarnos a "hacer el trabajo", a limpiarnos de estas ideas autodestructivas, a enfrentarlas y no dejarlas detenernos en nuestro camino creativo diario. Una manera es la práctica diaria,  tanto de nuestra profesión como de nuestros mecanismos de defensa conscientes. En nuestra ciudad del alma simplemente debemos tener una torre con un vigilante apostado para proteger nuestros sueños y nuestra paz. 

Yo creo, porque lo he visto, que hay también un dolor de la no creación. Es uno de los dolores más intensos del alma y su único alivio está en crear, pues hay algo que pugna por salir y está atascado en alguno de los múltiples canales de salida del jardín de nuestra alma. Si no encuentra una vía libre, puede que se active un mecanismo de defensa terrorífico: la anestesia del alma. Sentimos que estamos vacíos o simplemente no vemos lo inmensamente ricos que somos, y despreciamos lo poco que llega a salir inevitablemente, ya sea apilando nuestros manuscritos en un rincón, dejando inconclusos nuestros proyectos o simplemente preocupándonos más por tareas cotidianas sin ningún valor (para las mujeres, esa manía de tener que arreglarlo y limpiarlo todo antes de comenzar a trabajar, por ejemplo). Lo peor de esta anestesia es la actitud tremendamente negligente y despreciativa que podemos llegar a tener hacia nuestros "hijos" espirituales. Debemos asumir nuestro tesoro con seriedad y responsabilidad, y activamente, y poner cuanto antes manos a la obra. Debemos hacer lo que esté a nuestro alcance para lograr sobreponernos a tal bloqueo, o el vacío, la desesperación y la sensación de soledad nos comerá vivos.

También existen obstáculos en el camino creativo que nos vienen de afuera, pero sólo se convertirán en verdaderos tales si logran conectarse con nuestro depredador interno, en cuyo caso no podríamos defendernos. Como también dice la Dra Estés, la cultura dominante se roba nuestra alma cada día, y cada noche debemos robárnosla de vuelta. En la práctica, significa entre otras cosas tener un firme criterio ante todo tipo de comentarios tanto de presuntas "amistades" como de  los críticos. Los artistas sabemos cómo nos fue en realidad (claro, si no tenemos a un depredador diciéndonos cosas al oído). Sobre todo hagamos de oídos sordos a las comparaciones, tan inútiles y dañinas, aún cuando salgamos favorecidos. Como decía Stanislavsky, cuídate de los elogios de tus fanáticos y busca de escuchar sólo la opinión bienintencionada de los maestros en tu arte. Tampoco permitamos intromisiones en la valoración de cualesquiera motivaciones o ideas que tengamos con respecto a nuestra profesión: el por qué o para qué hacemos lo que hacemos  pertenece al dominio de lo estrictamente personal. Permitir contaminaciones de ese tipo puede llegar a hacernos extraviar nuestro camino y nos retrasa (pues no nos detendrá, ya que la riqueza del alma es como un río salvaje que no puede ser embaulado).

Hay ciertas cosas que a veces se enganchan y se confunden con nuestra percepción del jardín interno propio. Una de ellas es el fenómeno de la musa. Una musa (hombre o mujer) es una persona bajo el hechizo o influjo de la cual creemos que hacemos lo que hacemos. A veces podemos llegar a creer que sin esa persona al lado no podremos crear. En realidad estamos conectando nuestra emoción creativa con el amor. El amor, esa fuerza inconmensurable, salvaje, incomprendida, inasible, inmensa es tan conmovedora para todos que solemos mezclarla y confundirla con muchas cosas que no son ella. Pero el principio de la sanidad mental, como lo dice la psicóloga venezolana Gabriela Barragán Geánt, de quien he aprendido muchas cosas, (entre ellas la misma imagen del jardín del alma, lo que yo personalmente solía más bien denominar "la vida paralela") es el separar lo que está mezclado -mal mezclado- ya sea que se trate de ideas o emociones propias o de las interrelaciones en un grupo familiar o laboral, las cuales deben estar definidas por límites. No hay límites, no hay separación: no hay equilibrio. Como en el Génesis, lleno de metáforas: lo primero fue separar la luz de las tinieblas y el cielo de la tierra y del mar.

Así que la creación puede ser sanadora tanto para el creador como para el espectador. Esa es la fuerza que mantienen las grandes obras de Arte a través de los siglos: no podemos vivir sin ellas, o simplemente nuestra vida sería peor. Sanadora en un muy amplio sentido de la palabra: obtenemos catarsis, alivia nuestro dolor existencial e inmensa soledad conectándonos con el arquetipo del creador, podemos decir Dios para quienes creen en él, con el creador de la obra que interpretamos o contemplamos, aún ya ido de este mundo, o con nuestro propio creador interno, con los otros, con la belleza, con la armonía de la naturaleza. Nos trae una memoria adelantada del Cielo (sea cual fuere nuestra creencia o no creencia o religión) entendido como el modelo de todo lo hermoso de este mundo y de todos los mundos que no conocemos sino a través de la creación o del disfrute de lo creado. Junto con el Amor y en cuanto acto de Amor por la entrega, le da sentido a nuestra existencia, pues si sólo creáramos para nosotros mismos sin compartirlo con los demás, estaríamos (y aquí viene de nuevo) en la esfera del Ego. La creación se completa cuando es entregada, compartida, y lo que hace notables a nuestros grandes maestros bien amados (los "genios") es quizás la persistencia a través de los siglos de esa infinita entrega. Y finalmente la creación nos cobija como una madre que nos susurra que no tengamos miedo de la muerte, pues al crear (y ahora esto significa todo el acto de crear: desde el jardín del alma a la expresión y luego la entrega a los demás)  nos volvemos eternos, permanecemos en el mundo para siempre en nuestras obras y no sólo el recuerdo de nosotros o de estas: al momento de la contemplación o interpretación o lectura de nuestras obras estaremos vivos de nuevo, verdaderamente vivos en el más alto grado, en la más sublime acepción del término. Por lo que considero que lo que a veces los artistas rebajamos llamándolo "nuestro trabajo" es más que una profesión o un entretenimiento: es un verdadero acto de fe.


No hay comentarios:

Publicar un comentario