lunes, 6 de diciembre de 2010

La música y la muerte

En la música occidental, la muerte es un tema frecuente. En muchas obras (sobre todo en óperas) es un momento de iluminación y de descanso. Pero en otras se revela como lo que significa para mucha gente: una experiencia horrible, dolorosa y mediante la cual dejamos esta vida, que es lo único que tenemos con certeza y que conocemos; también expresa el terror de enfrentar el Juicio Final, ese día en el que Dios nos verá a los ojos y tendremos que rendirle cuentas. A pesar de que la idea de ser juzgados al morir nos da la esperanza de que habrá ALGO más allá de la vida, en la Sinfonía 14 de Shostakóvich, en la cual el compositor usó como tema el leitmotiv medieval de la muerte, el Dies Irae (Día de la Ira), el maestro decidió tratar esta vez el tema de la muerte sin esperanza, sin redención. Quería componer algo para contraponerlo a la muerte "tranquila" y "esclarecedora" de una gran cantidad  de obras de otros compositores. Hay dos momentos terribles que me cautivaron desde la primera que la escuché (en un LP ruso, interpretada por la gran Galina Vishnévskaya dirigida por su esposo Rostropóvich): el canto de la suicida y la fuga de las cuerdas tocando "col legno" para describir la opresión del encierro en la cárcel en uno de los movimientos.

"Tres lilas, tres lilas...son tres las lilas sobre mi tumba sin cruz", reza el poema de Apollinaire usado por Shostakóvich.  A aquellos que deciden irse antes de la vida se los estigmatiza, se les entierra fuera de los cementerios, se les niega la misa: están fuera de toda ley natural, en contra de la sociedad. La música de Shostakóvich describe perfectamente la terrible soledad de quien en la muerte está más solo que en la vida. También está presente el tema del "outcast", del marginado social, como los leprosos en la Galilea de Jesús. En la fuga que mencioné antes el golpe de los arcos contra las cuerdas expresan muy bien tanto la violencia en una cárcel (por los golpes de arco sobre las cuerdas) como lo mudo del sonido, la desesperación de estar encerrado en el horror de días que nadie ve ni puede comprender. La muerte ciega. La gente sorda. La soledad y el espanto extremos.

Como él mismo lo dijo en una entrevista respondiendo a sus críticos (que fueron innumerables en su país y alrededor del mundo, pues es realmente opresivo el carácter de esta obra) Shostakóvich quiso mirar a la muerte directo en la cara. Y es justamente ese aspecto el que quiero resaltar. Todos firmamos (sin querer) al nacer un contrato con la vida, en el que se estipula bien claro que moriremos, y ni siquiera podremos escoger cuándo o cómo. La muerte está en ese contrato, en letras pequeñas, pero nunca las leemos. La muerte siempre será inoportuna, la muerte siempre será demasiado lejos. Por razones en las que no profundizaré, en nuestra sociedad occidental la muerte causa miedo y  horror y siempre nos sorprende. Parece que, mientras vivimos, lo hacemos en negación y olvidamos que moriremos. Se nos haría insoportable un día a día con la muerte presente, caminando a nuestro lado. Y este gran artista nos obliga a verla en su peor acepción: la muerte temprana e injusta.

El "Dies Irae" también fue usado por Liszt en su Totentanz o Danza de la Muerte. Liszt, de quien como de Paganini se decía que tenía un pacto con el demonio para ser tan virtuoso, en esta etapa de su vida (pues luego terminó convirtiéndose en abad), celebra la muerte con un baile brillante, orgiástico y demoníaco. El escuchar a la muerte en esta obra nos causa un placer frenético, una atracción fatal. ¿Coincidencia curiosa o cita textual usada por Shostakóvich luego?: aquí también se usa el efecto del col legno de las cuerdas, representando el choque de los huesos entre sí. Es otra forma de ver a la importuna muerte: la sensación al escuchar la obra es la de que se le disfruta pues no se pasará por el juicio...se sabe qué sucederá, se ha negociado la vida con el Destino como en un fatídico juego de dados donde posiblemente se perderá el alma. Es la máxima expresión de lo grotesto, lo humorístico, lo macabro de la muerte: miro a la muerte en su cara, y me río. Una risa que en realidad es una mueca, pues de todas formas moriré.

A pesar de que a medida que avanza el escrito históricamente estamos retrocediendo en el tiempo (cada compositor sobre el que escribo vive un siglo antes del anterior) volvemos al "Dies Irae", pero esta vez usado por Mozart en ese Requiem (Misa de Difuntos) que terminó escribiendo para sí mismo. La música y la vida de su compositor se funden y se confunden. El "Dies Irae" del Requiem de Mozart suena tal como imaginamos que debe sonar la música el mismo día del Juicio: la ira de un Dios terrible del Antiguo Testamento, del cual nadie se burla cuando Su voz truena. Y sin embargo la muerte sorprende al maestro escribiendo la "Lacrimosa", llena de humanidad y melancolía. Como lo dice su texto, "día de lágrimas aquel" en que el gran compositor murió en la pobreza más absoluta y, como hombre, condenado al olvido de sus restos en una fosa común, aún habiendo mirado a la muerte con temor santo y respeto.

Lo que este "Día de la Ira" tiene en común en las tres obras que me ocupan es la desesperanza, la tristeza
de dejar la vida, el miedo, como si la vida y la muerte fueran antagónicas, como si pasar de la una a la otra fuera un exabrupto. También se representa al Juicio, humano y divino. La afirmación bíblica de que todos nuestros cabellos están contados, así como lo están los latidos de nuestro corazón, nos habla de un Destino que desembocará en ese día. Algunos dirán: lo terrible es la muerte temprana (como la de la Sinfonía 14 de Shostakóvich). Pero la muerte tiene su tiempo y su hora, y esa hora nadie la sabe sobre la Tierra.  Esa hora en que caeremos como una piedra en un precipicio, a una velocidad que, según León Tolstoi (en "La muerte de Iván Ilich") es "inversamente proporcional al cuadrado de las distancias de la muerte".

Pero quizás podríamos darle una gran vuelta a nuestra mirada e intentar  ver a la muerte como una extensión de la vida, como una parte de ella. Entender, como la gran psicóloga Junguiana la Dra. Clarissa Pinkola Estés, PhD (en el capítulo "La Mujer Esqueleto" de su best-seller "Mujeres que corren con los Lobos") que los arquetipos de la Muerte y de la Vida son las dos caras de una misma moneda; que al negar la muerte, le quitamos a la vida su significado pleno, pues la vida misma se distribuye por ciclos Vida-Muerte-Vida. Y es por eso, porque lo podemos observar en la naturaleza, que culturas como las que la Dra Estés señala que tienen una relación distinta con la Muerte, como la de las Indias Orientales y la maya, la relacionan con el nacimiento, la representan como a una comadrona. Todo lo que nace muere...y todo lo que muere nace. No se trata sólo de la idea católica del más allá: se trata del corazón de la vida misma, de la manera en que funciona la Naturaleza. Si no aceptamos a la Muerte nunca amaremos en verdad y por mucho tiempo, pues amaremos con el ego que sólo quiere lo bonito y lo agradable y nos perderemos de todas esas muertes en nuestras relaciones que en realidad nos llevan más lejos, más adentro, a nuevas vidas, a un amor más profundo y verdadero. Quizás ese miedo que se refleja en estas obras musicales se debe a que, como humanos, nos hemos separado de la naturaleza, hemos olvidado que somos parte de ella y que estamos sujetos a sus leyes. Quizás esa no aceptación de lo inevitable (y no aceptación de que no podemos negociar tampoco los términos en que ocurrirá) venga de nuestro orgullo como especie dominadora y destructora...el cual hará una terrible colisión con la realidad de Doña Muerte cuando esta se acerque o toque nuestras vidas, pues, como decía Shostakóvich, la muerte es omnipotente y no tenemos poder ante ella.

Mientras tanto, ya sea a través del arte de otros o del propio, o a través de la filosofía o la teología, o cualquier medio que se encuentre a nuestro humano alcance, podemos tratar de mirarla a los ojos, enfrentar nuestro miedo. Exorcizar, a través de la creación o de la contemplación de la creación de otros, los demonios que entorpecen nuestro encuentro con nuestra Hermana Muerte, como la llamaba San Francisco de Asís.

Termino dejando ya atrás el "Día de la Ira" para pensar en el día de la muerte de un gran artista: mi bien amado maestro Johann Sebastian Bach (21 de marzo de 1685 - 28 de Julio de 1750) . Tuve la dicha de estar sentada al lado de su tumba en la Iglesia de Santo Tomás en Leipzig. Saber que sus restos estaban ahí me produjo una hermosa sensación familiar: fue como estar sentada al lado de la tumba de mi madre aquí en Caracas, la tumba de ambos seres muy queridos que marcaron mi vida para siempre. Al morir estaba escribiendo "El Arte de la Fuga", el más grande monumento a la forma musical que más amó y en la que fue maestro de maestros. Y, aunque era un grande, humilde y sincero creyente que ponía a Dios como destinatario de toda su música (firmaba todas sus obras "S.D.G." = Soli Deo Gloria = Sólo para la Gloria de Dios), dejó la vida cuando, en medio de la escritura de la fuga número catorce, justo cuando el tema musical que era su nombre (B= si bemol, A=la, C=do, H=si natural) se entrelazaba en una fuga triple con el tema principal como contrasujeto. El encuentro de él mismo (nuestro nombre representa nuestra esencia ergo a nosotros mismos) con su música, allí en ese espacio musical que es la partitura  y al mismo tiempo, dejando la vida físicamente. Entrando al morir en la música y renaciendo en ella como parte suya, allí en donde vivirá por siempre jamás.



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