La primera cosa que me ha saltado a la vista en esta relectura es la belleza del texto, su ritmo, la cuidadosa elección de las palabras. El estilo de escritura constituye un paisaje en sí mismo. Hay una especie de lentitud de la enunciación que da la impresión de tiempo detenido, al igual que la descripción extremadamente detallada.
Percibo esta vez todo un caleidoscopio de colores y claroscuros : la luz brillante del discurso jocoso de Mulligan, en contraste con los pensamientos sombríos de Stephen, primeros esbozos de libre fluir de la consciencia ; la brillante playa de Sandycove en la mañana y el oscuro mundo de los muertos (la aparición fantasmal de la mamá de Stephen) ; el presente, la simple hora del desayuno, y el pasado, la historia ;el lenguaje cotidiano, las burlas de Mulligan, y las especulaciones teológicas y literarias de Stephen. El color verde de la curva de la orilla de la playa se convierte en el recipiente de porcelana en el que vomitaba bilis la madre enferma de Stephen.
Esta vez Mulligan se me antoja divertido y simpático y Stephen melodramático y rencoroso. Mulligan habla a la ligera, bromea siempre, a pesar de ser estudiante de medicina y realizar autopsias ; Stephen se engancha en las palabras (beastly, bestialmente, que le reclama a Mulligan de haberle oído decir sobre la muerte de su madre y se lo reclama) y exagera su importancia. Se toma personalmente cualquier gesto de Haines y Mulligan, lo interpreta todo como un ataque en su contra y noto cierta envidia suya hacia la vitalidad y la vistosidad del último. Enarbola una especie de estandarte del underdog, del desvalido que se sabe secretamente superior. Es el epítome del pasivo-agresivo. Es también un paralelo sutil con el C2 de La Odisea: tanto Telémaco como Stephen tienen una actitud plañidera y son usurpados por invasores abusivos que además se arrogan el derecho a hacerlo.
Y, por último, la poesía, omnipresente. La aparición fantasmal de la madre de Stephen, que raya en lo fantástico, es de una delicadeza y una belleza apabullantes El mar(talatta, talatta!) al que descendemos lentamente con los personajes desde esa torre maravillosa, el omphalos, el centro del mundo. La belleza de todas esas palabras griegas que le confieren a la historia un tinte efectivamente mítico, homérico. Hablo de una sensación y no analizo. Leí la Ilíada a los 13 años, y esa sensación adolescente se ha quedado conmigo ; es la que regresa cuando leo el Ulises, la primera impresión ingenua de la épica. También se me antoja homérica esa vecindad, esa simultaneidad del mundo de los vivos con el de los muertos, el mundo de la realidad con el de los sueños : la pantera negra es tan real que Haines pretende dispararle. El reino del mar guarda celosamente sus muertos, que esperan flotar hasta la orilla, como flota el fantasma de la madre. Las olas que paralelas llegan a la orilla son las cuerdas blancas de un arpa gigantesca.
Stephen dramatiza cada pequeño gesto : se siente usurpado cuando Mulligan le pide la llave para poner un peso sobre su camisa mientras nada. Es el héroe en su propia imaginación. ¡Y pronto veremos qué laberinto sin salida es esa mente suya!
Geraldina Mendez
01/01/21
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