sábado, 8 de julio de 2023

Resúmen y traducción del capítulo 8 de Joyces mistakes, de Tim Conley


Nosotros, los lectores de literatura, tenemos prejuicios experienciales, respuestas condicionadas y receptores sensoriales entumecidos, más de lo que nos gustaría admitir.


En su estudio sobre la ironía, Linda Hutcheon escribió que toda ironía es intencional,ya sea de parte del codificador o del decodificador. La interpretación es un acto intencional por parte del intérprete; no es una traducción del código del texto a un lenguaje no codificado.

Así como el lenguaje constituye y colorea la subjetividad, esta a su vez colorea el lenguaje. La cuestión es si el lector puede negarse a sí mismo en el momento de leer. Marshall McLuhan diría que las pluralidades del texto hacen que el experimentarlas sea una esquizofrenia virtual, reconocida desde el Quijote hasta el Wake.


Rogers sugiere que la lectura ocurre involuntariamente. Si uno selecciona una palabra del Wake y le da un significado en un contexto y pronunciación especificos, este reflejo es el instinto literal. Uno lee, y el significado debería venir. En poesía, las oraciones tienen muchas más posibilidades de significado que las oraciones ilustrativas de un diccionario.


Wolfgang Oser finaliza así su libro El lector implícito : « Las impresiones que resultan de la lectura varían de un individuo a otro, pero sólo dentro de los límites impuestos por el texto escrito. »


El que yo proponga que los errores contribuyen a la diversidad de la interpretación textual no quiere decir que todas las interpretaciones sean igualmente válidas, pues esto sería equivalente a decir que ninguna interpretación lo es. La diversidad de textos y configuraciones en Joyce y la diversidad de lectores aseguran una diversidad de interpretaciones. Sin embargo, el « significado « de un texto se encuentra en las interrelaciones de dichas interpretaciones, y en este sentido ninguna interpretación es « correcta ».


¿Tienen límites las aproximaciones de lectura?. Umberto Éco en Interpretación y sobre interpretación llama a ese « saltar de aquí para allá a través del texto » de manera desfavorable « críticismo de saltamontes ». Pero este sobrenombre difícilmente molestaría a un lector del Wake, que bien sabe que los excesos de este insecto en particular proveen de mucho más placer que las caminatas en línea recta de una hormiga. Basta con leer un poco los escritos de Gertrude Stein para darse cuenta de que « saltar por ahí » es lo que uno hace en ese tipo de carreras de obstáculos textuales. La regla de la hormiguita que lee de principio a fin no es sino uno de los participantes en el debate de la literatura consigo misma. Joyce, uno de los más activos de dichos participantes, se preguntaba acerca de la hermenéutica anti lineal mucho antes de haber concebido el Wake ,el cual nos aconseja que « las palabras que siguen pueden ser tomadas en cualquier orden que se desee. » (FW 121.12-13)


Donald Theall considera la escritura como un acto « que incluye un método de duda dialéctica ». El mismo método puede ser aplicado a la lectura, entendiendo que el azar opera en todo momento, incluso en el de la selección del texto. Por « selección del texto » quiero decir lo que nos salte a la vista.


Hago un salto de vuelta a Eco, quien reflexiona sobre las asociaciones y contextos falaces. En su visión, la interpretación es una conjetura sobre la intentio operis que puede ser demostrada revisando el texto como un todo coherente. Yo, por otro lado, coincido con Richard Rorty en que encontrar la metáfora de la « coherencia interna » de un texto es insostenible.


Lo que necesitamos es un rango variable y circulante de contextos, pero en el caso del Wake, Attridge nos advierte en Pound, Joyce y Eco, que « precisamente porque un insomnio continuo genera una sintomatología, el lector genético ideal se enfrentará a una elección entre variedades de error y tipologías de lecturas patológicas. Podríamos distinguir entre estructuras obsesivas (la obra debería ser estudiada rigorosamente, con un mínimo de ayuda de fuentes externas), delirios paranoicos (en los cuales se cree haber encontrado la clave última o haber descubierto el código) o proyecciones histéricas (el texto se convierte en un maestro que deberá ser seducido a cualquier precio, frecuentemente arriesgando perder toda decencia o sentido común). Todas las preocupaciones se reducen a una : es muy difícil tener una relación sana con el Finnegans Wake.


Ningún crítico desea condenar categóricamente ninguna interpretación de este texto o juzgarla como « errónea ».

Cuando leemos a Joyce, nunca estamos convencidos de leerlo mal. El Finnegans wake requiere una recalibración sensorial. 

Nuestro sesgo, indica Blanchot, se basa en nuestra idolatría de la verdad. Escribió Proust: « las verdades que la inteligencia adquiere directamente a plena luz tienen algo de menos profundo, menos necesario, que aquellas que la vida nos ha comunicado en una impresión material, porque han pasado a través de nuestros sentidos, pero podemos liberar el espíritu. Las ideas formadas por la inteligencia pura no tienen sino una verdad lógica posible cuya elección es arbitraria.

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